Todavía resuenan los ecos del gran concierto del Vaticano del pasado sábado, con drones llenando el cielo de San Pedro y cantantes vestidos como para la ceremonia de los Oscar... en la gran Gala de la Fraternidad. Hasta salió a escena un monseñor para leer un mensaje del Papa donde, al menos en la parte que yo escuché, no se hacía la menor mención a un tal Jesucristo.
La verdad es que me parece estupendo que se organice un concierto en el Vaticano pero no uno realizado bajo el mandamiento de la paz en el mundo. La Iglesia no tiene que adaptarse al mundo sino al revés. Recuerden a Benedicto XVI: en los templos sólo música sacra... ni rap ni reggaeton.
La página del Vaticano ha vendido la Gala de la Fraternidad como la de la dignidad del ser humano. Ahora bien: ¿Dignidad de Hermano del hombre? Conozco otra más profunda: la dignidad de Hijo de Dios.
Porque claro, a mí eso de la fraternidad: me suena a logia masónica. Verán, la doctrina cristiana se resume en dos mandamientos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, por ese orden. Primero eres hijo, luego hermano... y lo uno es consecuencia de lo otro.
La Eucaritía por el planeta, la confusión creada por la invasión de San Pedro por el colectivo gay, que hizo su reivindicativo y herético jubileo y, ahora, un concierto "no para rezar sino para cantar". En efecto, ese es el problema, que no es para rezar
León XIV, aun no ha realizado ningún cambio de enjundia en el Vaticano y aunque el cambio respecto a Francisco ha sido claro, la verdad es que empieza a cundir la idea de que se queda con la curia de Francisco. Un ejemplo, la cismática y engreído episcopado alemán re-comienza a plantear sus animaladas. Por ejemplo, la última del luxemburgués y expresidente de la Conferencia Episcopal alemana, Jean-Claude Hollerich, que indirectamente le ha espetado al Papa que ya es hora de cambiar la doctrina católica sobre la homosexualidad. Al parecer a este prelado la cuestión teológica que más le preocupa es la de la bragueta, todo de cintura para abajo.
Existen otras señales preocupantes. Por ejemplo, la Eucaristía por el cuidado del planeta, la confusión creada semanas atrás debido a la invasión de San Pedro por el colectivo gay, que hizo su arrogante jubileo -a las asociaciones del lobby gay no les había invitado León XIV sino el Papa Francisco pero no lo paró- y que resultó un escándalo en la mismísima Basílica de San Pedro y, ahora, un concierto "no para rezar sino para cantar". En efecto, ese es el problema: que no era para rezar.
Pero lo más preocupante del pasado fin de semana es lo de la Gala de la Fraternidad. Está muy bien eso de la fraternidad y hasta lo de la libertad y la igualdad, pero yo, con todo respeto, en primer lugar soy hijo, orgullosísimo, de Dios y luego, como consecuencia, hermano de todos los hombres... más que nada porque sin padre no hay hermanos.