En el Comité Federal del pasado sábado 5 de julio de 2025, Pedro Sánchez se reafirmó como líder indiscutible: «Me elegisteis como capitán de este barco y el capitán no se desentiende cuando viene mala mar». Visiblemente emocionado, esta vez sin maquillar, admitió errores por haber confiado en cargos señalados por corrupción, pero sentenció que seguirá al frente y presentó 13 medidas anticorrupción. Después de siete años de gobierno y 11 al frente del PSOE, y solo cuando le devora la corrupción, pone en marcha el proceso de regeneración que prometió para salvar la democracia.
El lenguaje marítimo, no sin querer, venía cargado de dramatismo, y tenía como objetivo presentar a Sánchez como el salvador ante la tormenta interna del PSOE. Sin embargo, voces destacadas como Emiliano García Page y Yolanda Díaz han cuestionado su liderazgo durante «un Comité largo y convulso». Mientras, la vicepresidenta del Gobierno de Sánchez, Yolanda Díaz, llegó a decir que el PSOE estaba «en shock» y exigía explicaciones contundentes, que no han llegado ni se las esperan, hasta el punto de Óscar Puente, dóberman del sanchismo, salió a dar dentelladas a los díscolos que se atrevían a discrepar.
Pero a nadie le cabe la menor duda de que el hecho de que el “capitán” pida perdón y ofrezca explicaciones no bastará para recuperar la autoridad moral perdida, especialmente cuando la izquierda ha sido señalada por incoherencias (como el caso Koldo, Ábalos o Paco Salazar, nuevo caso machista en el grupo nuclear de Ferraz y que revienta en plena cita de la confederación socialista, que contrastan con lo que defendían pública y teóricamente.
Por otro lado, el otro esperado congreso celebrado simultáneamente en Madrid, fue el del Partido Popular, era previsible y, por lo tanto, solo ha servido para un golpe de efecto de escaparatismo a la galería nacional. Alberto Núñez Feijóo fue reelegido con un abrumador 99,24 % de los votos y nada nuevo en sus políticas de derivación ideológica. El ambiente reflejó una sensación de victoria interna, de euforia en el PP, que de poco o nada sirve sin elecciones o la dimisión de Sánchez, que parece que va a ser que no.
Feijóo presentó su plan de gobierno “limpio”, centrado en inmigración, lengua y regeneración democrática (cada vez que se dice la palabra regeneración, llega la hecatombe), y prometió liderar sin coaliciones ministeriales con Vox. Y luego se la cogió con papel de fumar, porque nadie sabe qué sucederá mañana, por lo que no cerró la puerta a pactos parciales, admitiendo que, dada la fragmentación actual del Congreso, necesitará apoyos externos, y sabe también que nada más lo encontrará en Abascal, pues con él conseguiría una mayoría más que sobrada. Pero el líder Popular ha advertido que actuarán «sin vetos a Vox, como pide la izquierda, y sin vetos al PSOE, como pide Vox… Vamos a demostrar que España tiene solución».
El recién estrenado secretario general, Miguel Tellado afirmó que «no habrá un Gobierno de coalición», aunque fuera de micros calificó como de “compromiso” a esa voluntad. De forma que al PP no le queda otra que asumir una posición intermedia: eufórico internamente y reforzado tras los escándalos socialistas, pero consciente de que hasta que Sánchez caiga por su propia corrupción o el calendario le obligue a la convocatoria, no avanzarán.
Mientras el PSOE y el PP siguen enfrascados en su pugna por controlar el relato político, Vox avanza con paso firme como tercera fuerza del Congreso, resistiendo tanto el cerco ideológico impuesto por la izquierda como la ambigüedad calculada del Partido Popular. José Antonio Fúster, portavoz de Vox, advierte que el PP incurre en un “error colosal” al negarse a formalizar acuerdos con ellos, mientras Feijóo, en un gesto ambiguo, reconoce que Vox es una fuerza “respetable” cuyos votantes “merecen respeto”. Pero ese respeto no puede ser paternalista ni simbólico: hablamos de un partido plenamente legítimo dentro del marco constitucional, algo que no puede decirse de ciertos partidos nacionalistas o de extrema izquierda. Si Feijóo llegara a plantearse un pacto con el PSOE —como deslizó Mariano Rajoy en una reciente entrevista—, cometería una traición histórica a su electorado. Y en ese caso, no cabe duda: Vox absorbería gran parte del voto conservador desengañado, convirtiéndose en la auténtica alternativa de gobierno.
Vox ha evitado protagonismo excesivo porque sabe que su posición es clara: han mantenido coherencia en sus gobiernos autonómicos y municipales, sin corruptos en sus filas ni imputaciones, y han roto coaliciones cuando les han obligado a contradecirse en su programa o su política activa.
Esa coherencia les da una autoridad moral que los otros dos partidos han perdido con sus contradicciones históricas, que han visto minada su credibilidad. El PSOE por casos de corrupción y la impresión de haber actuado ocultando lo contrario de lo que defendían. Y el PP, desde los tiempos de José María Aznar, ha mostrado una capacidad similar para voltearse ante las circunstancias, como ocurrió con el decreto ómnibus: votaron en contra y luego a favor del mismo contenido… ¡Es un ejemplo reciente!
En este contexto, la frase “solo queda Vox” gana fuerza, porque ahora es quien mantiene la coherencia ideológica que el electorado espera. Sus políticas podrán o no gustar, pero Vox ha demostrado ser fiel a sí mismo y no ha tenido que retractarse ni rectificar por corrupción o imputación. Es decir, en una España donde no volverán las mayorías absolutas, la pregunta ya no es quién gana, sino cómo se gobernará. Y en ese escenario, Vox será inevitable, aunque siga fuera del escenario principal por ahora.
La crisis del parlamentarismo… (Dyckinson) Manuel Aragón Reyes. A comienzos del siglo XXI, diversos autores alertan sobre una nueva crisis en las democracias constitucionales, similar a la vivida en Europa en los años veinte y treinta. La deriva hacia una democracia identitaria, en lugar de representativa, junto al control del legislativo por parte del ejecutivo, pone en riesgo los principios fundamentales del Estado de derecho. Esta obra recoge ensayos que analizan esta amenaza y proponen caminos para restaurar la legitimidad democrática.
La transición y la deriva del presente (Almuzara) Salvador Pérez Bueno. ¿Qué fue de aquella esperanza democrática surgida en la Transición? En La transición y la deriva del presente, Salvador Pérez Bueno ofrece una mirada crítica y personal sobre la evolución de la democracia española, centrando su atención en Andalucía. A medio camino entre el ensayo y la memoria, denuncia el progresivo deterioro institucional, el avance del populismo y la pérdida de referentes, planteando una cuestión clave: ¿puede sostenerse una democracia sin ciudadanos críticos?
Democracia en alerta (Edi. B) Javier Aroca. En este ensayo, el autor, antropólogo, analiza la profunda crisis democrática que atraviesa España. Frente a una política convertida en espectáculo y dominada por élites que promueven la desinformación, el autor reivindica la memoria política y la participación activa. Aroca advierte que los enemigos de la democracia persisten, disfrazados de legitimidad, e invita a los ciudadanos a abandonar la pasividad y recuperar el protagonismo en la vida pública.