Sánchez aseguraba ante los suyos que Aznar le amenazaba con la cárcel pero que él, el susodicho Aznar, tenía al menos siete ministros en la cárcel. Supongo que empleó la metáfora hebrea del número siete, que significa innumerables, porque a mí no me salen siete ministros en la trena, pero da igual: el concepto estaba clarísimo.
Día después habló de tres ministros pero el asunto no es ese: el asunto es que, tras el debate parlamentario del miércoles, el personal se empieza a cansar de la corrupción, un manjar al que siempre se accede con gusto inicial pero que luego cansa, cansa muchísimo... y que como buen debate largo no sirvió absolutamente para nada. La eficiencia de un debate político es inversamente proporcional al tiempo que sus protagonistas emplean en hablar.
Es más, si quieres destruir al adversario en un debate lo que tienes que hacer es no parar de hablar. Y que yo sepa, sólo Fidel Castro superaba a Pedro Sánchez cuando se trata de hablar durante horas.
Lo que es más grave: corrupción es un concepto equivoco. Por ejemplo, la peor de todas las corrupciones es la corrupción ideológica, que podríamos resumir como la falta de coherencia acerca de los valores que se dice defender. En román paladino: el que no predica con el ejemplo.
Por otra parte, por corrupción se puede entender cualquier cosa, lo ilegal y lo inmoral, que no tienen por qué coincidir. Por último, la justicia es, según la histórica definición de jurado de Noel Clarasó: "un grupo de señores que se reúne para decidir cuál de los dos abogados es el mejor".
Y lo más importante, lo aporta Chesterton: esto de tanto hablar de que 'tú eres más corrupto que yo', me recuerda aquella genialidad del jovial periodista británico: "En el momento en que nos pongamos de acuerdo en que todos nosotros somos sinvergüenzas, podremos empezar a hablar como hombres honestos".
Sí, todos somos corruptos. Ese es el axioma, el dogma, a partir del cual podríamos hacer política con honradez. Ese sería el momento en el que los españoles podríamos empezar a confiar en la rectitud de intención de nuestros políticos.
La corrupción empieza a aburrir. El 'Y tú más'... todavía aburre más. Y encima, las miserias humanas suelen ser tas simples como complicadas, ni sencillas ni complejas. Recuerden el famoso ejemplo teológico: un churro es simple y complicado (sólo harina pero de formas estrambóticas) mientras Dios es un espíritu -sencillez máxima- y muy complejo, poseedor único de toda existencia: simple y complicado, sencillo y complejo... la corrupción aburre y Pedro Sánchez cuenta con ello para permanecer en Moncloa, como un señor.