José María Pemán, en mi opinión el mejor poeta en español de todo el siglo XX, dejó escrito este sonoro soneto:
En el nombre del Dios de los amores,
canto la fe que llena el alma mía,
y la ofrendo en tributo de poesía,
que ha brotado en mis labios pecadores.
Ante la faz del mundo, sin temores,
como los hombres de mi raza un día
yo confieso, con firme valentía,
la fe que me legaron mis mayores;
Y como en ella vivo, en ella adoro,
y en ella cifro mi esperanza suma,
mi escudo intacto y mi mayor tesoro.
Ante esta edad burlona y descreída
la confieso y la afirmo con mi pluma…
¡y si fuera preciso, con mi vida!
Que podríamos traducir así: católico, no calles ni debajo del agua.
La cobardía más grave, no obstante, no está en el pueblo llano, sino en los poderosos, que hasta los más pretendidamente católicos, no se atreven a dar testimonio, a mostrar su fe fuera de su conciencia. No hablan de fe sino de valores, o de ética, o de no se sabe qué. Cualquier cosa menos nombrar a Cristo: eso no hace elegante.