Érase una vez una ciudad llena de edificios altos y coloridos, vecinos multiculturales y una caja de timbres a la entrada del portal con botones variopintos testigo de las idas y venidas de su comunidad, de todas las visitas e incluso de las no deseadas.
En la era de la IA, no hay nada como apostar por la tecnología comunitaria para evitar los robos, atracos, asaltos a las viviendas y hasta los okupas. Lejos queda la figura de Manolo, ese migrante de Galicia, que venía a las grandes capitales en busca de un porvenir para meterse a vivir en los bajos de un edificio alto y trabajar de portero, conserje hoy, con la escoba a menudo en mano. Antes vestían casi todo el día un mono azul, ayer iban de paisano y muy recatados y hoy son sustituidos por los timbres automáticos. Algunos olían a after shave de perfumería de barrio; más tarde se democratizaron los desodorantes para camuflar la sudoración hasta llegar al cableado de hoy de fibra óptica que no conoce modales de buen vecino.
Antes entrar de incógnito en una finca analógica costaba mucho ante la mirada hipnótica del portero/conserje. Hoy a pesar de los adelantos digitales como los porteros automáticos, interfonos, videoporteros, cámaras IP, sensores de movimiento, cerraduras inteligentes, etc no impide que los atracos se hayan incrementado en España (desde el 2007 en casi el 75%) y agravado sobre todo el problema de los okupas (en torno a los 15.000 denuncias anuales).
Las comunidades de vecinos ponen mucho empeño en que al entrar o salir se cierre la puerta. La realidad también es incómoda: en no pocos complejos residenciales y bloques de hogares se deja entrar a extraños sin ninguna clase de control o se pregunta segundos después quién es cuando el sujeto ya está dentro del descansillo.
En otros casos los interfonos no funcionan y cuesta tiempo que la empresa instaladora o el manitas de turno subsane la comunicación alámbrica. Se cae en la tentación fácil de abrir a distancia la puerta a ciegas pensando que es un vecino que ha olvidado la llave y no un caco depredador.
A pesar de los adelantos digitales como los porteros automáticos, interfonos, videoporteros, cámaras IP, sensores de movimiento, cerraduras inteligentes, etc no impide que los atracos se hayan incrementado en España (desde el 2007 en casi el 75%) y agravado sobre todo el problema de los okupas (en torno a los 15.000 denuncias anuales)
No hay distinción de clases sociales, pero entrar al rellano de un portal de pisos sin preguntar porque estamos atareados en casa o por pereza parece una práctica extendida con el posterior arrepentimiento. La irrupción de los repartidores de paquetes y plataformas de venta online a domicilio (con previsiones de tasas de crecimiento del 45% en los próximos años), puede que haya desquiciado a los propietarios de vecinos de tanto llamar a la puerta del portal y de reaccionar impulsivamente sin demandar el santo y seña. Los cacos se las ingenian para todo, pero bajar la guardia por imprudencia irreflexiva no es la receta, y más despachar descontroladamente una llamada al timbre del portal ante tanto tráfico de extraños.
Se constata como actitud generalizada que abrir la puerta de acceso al portal sin preguntar es más rápido y cómodo, especialmente si el residente está ocupado, tiene prisa por alguna tarea en casa o simplemente evita la "molestia" de un intercambio verbal por el interfono. Si además no hay “represalias” visibles por abrir a desconocidos, la mala praxis se extiende. Y cuando no hay asaltos en una comunidad determinada, la gente tiende a pensar que "nunca va a pasar aquí".
De poco sirven las modernidades de última generación -algunas hasta con conexión wifi o a una central remota de vigilancia- (hasta 3 millones de terminales instalados en todo el país), la bonita cifra de negocio del sector y el hecho de que España sea el cuarto país del mundo y el primero de Europa con mayor número de alarmas en los hogares, si el comportamiento de los residentes es poco responsable.
La integridad de nuestro hogar no ha de ser una preocupación etérea sino el pilar de nuestro bienestar
Se nota que vivimos permanentemente ocupados, distraídos con otras tareas domésticas con pantalla azul, en una nube de ensoñaciones caseras y que de la seguridad comunitaria ya se encargan otros. Pero los disgustos no se comparten. Los daños comunitarios y secuelas sí.
La descortesía y la renuncia al trato de “buen vecino” con aparentes personas inofensivas que llaman al timbre de casa bajo la presunción de inocencia, no puede llevar a bajar la guardia en casa. Diluir la gestión de la seguridad que recae sobre todos los integrantes de la comunidad de vecinos, no es excusa para no extremar las precauciones. Se calcula que sólo el 15 al 20% de los casos de los robos en las viviendas son esclarecidos, contribuyendo a desincentivar la cautela porque parece que “si quieren entrar lo van a hacer de una manera u otra”.
La seguridad colectiva es cosa de todos en una comunidad con/sin portero para defenderse también de los okupas. La integridad de nuestro hogar no ha de ser una preocupación etérea sino el pilar de nuestro bienestar. Un poco más de celo se hace deseable que contenga la entrada de extraños sin preguntar.