Recuerden la vieja anécdota de San Francisco Javier en Japón. Siempre hablamos de sus triunfos en la India pero poco de su fracaso rotundo en Japón.

Uno de sus compañeros, el hermano Juan Fernández, estaba predicando a los japoneses cuando uno de sus presuntos oyentes se acercó a él y le escupió en la cara. El hermano Juan no reaccionó: con gran tranquilidad se limpió el escupitajo y continuó predicando. Aquella reacción provocó que otro de los representantes se arrepintiera de su oposición a Cristo y pidiera la entrada en la Iglesia. 

Nuestro ‘japo' quedó impresionado de un personaje que prefería morir a matar, que es esencia del mártir y que nada tiene que ver con el yihadista que muere matando. 

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Tenemos que meternos en la cabeza, y en el corazón, que el héroe cristiano es el mártir. Además, el mártir es mucho más eficaz que el guerrero y mucho más valiente, porque para afrontar la muerte hay que tener más coraje que para provocarle.

Además, es mucho más eficaz. Recuerden que la sangre de los mártires es semilla de cristianos... como le ocurrió a nuestro japonés y como pasó en España o en México. 

El tema resulta pertinente porque el siglo XXI vuelve a ser un siglo de persecución violenta de los cristianos. ¿Para un renacimiento o porque estamos en etapa fin de ciclo? A eso no sé qué responder pero conviene plantearse la pregunta. 

En cualquier caso, ¿qué es un mártir? Aquel que está dispuesto a morir antes que a matar. Todo un programa de vida. ¿En qué se diferencia un mártir de un holocausto musulmán? En que el mártir muere pero no mata. ¿En qué se diferencia un mártir de un suicida? En que el mártir no pretende morir pero está dispuesto a dar su vida por un bien superior: por el Creador de esa vida y de todas las vidas: por Jesucristo.