El ayuno intermitente se ha convertido en una de las prácticas más comentadas en los últimos años, pero no siempre se comprende qué beneficios reales aporta ni cómo debe incorporarse a la rutina diaria. Aunque suele asociarse a la pérdida de peso, su sentido es más amplio tiene muchos más beneficios, no solo la pérdida de peso como entiende la mayoría de la población: se trata de un protocolo que busca regular determinados procesos metabólicos mediante periodos controlados sin ingerir alimentos sólidos, ni líquidos que nos aporte macronutrientes, como son los carbohidratos, las proteínas y las grasas.

 

La dietista Laura Sánchez Anguita, del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario La Luz, recuerda que “podemos decir que es un protocolo que utilizamos como herramienta”, y subraya que no constituye una dieta en sí misma, sino un método que debe adaptarse a cada persona y orientarse profesionalmente. Su aplicación más básica consiste en permanecer al menos doce horas sin consumir alimentos sólidos, manteniendo únicamente líquidos como agua, caldos, café o té sin azúcar, ni edulcorante, ni leche, ni bebidas vegetales, es decir, la persona solo puede ingerir líquidos que le mantengan hidratado y sin aporte nutricional. Durante ese intervalo el organismo pone en marcha mecanismos de autorregulación que repercuten en la salud metabólica y digestiva con múltiples beneficios.

Limpieza natural

El proceso produce una limpieza natural del aparato digestivo que favorece la reparación celular y la estabilidad de parámetros como el colesterol, los triglicéridos, la glucosa o regula la tensión arterial alta. También provoca un efecto regulador del apetito, porque las hormonas responsables del hambre y la saciedad —la leptina y la grelina— se equilibran mejor cuando se respeta un periodo prolongado sin ingestas. Realmente comes cuando tienes hambre  y sabes cuando estás saciado, es decir tienes el patrón de comidas. Por ello, muchas personas refieren que, tras unos días de práctica, comen de forma más consciente y con menos impulsividad, y notan mejoría a la hora de hacer la digestión, ya que no se sienten tan hinchados, y/o con molestias digestivas. No se trata de un recurso rápido para adelgazar, sino de una herramienta que ayuda a ordenar la relación con la comida,

La dietista Laura Sánchez Anguita recuerda que "es un protocolo que utilizamos como herramienta”, y subraya que no constituye una dieta en sí misma, sino un método que debe adaptarse a cada persona y orientarse profesionalmente

El ejemplo más sencillo para iniciarse es adelantar la cena y desayunar temprano, de modo que entre ambas comidas pasen doce horas. Algunas personas combinan este esquema con un pequeño ayuno diurno, como desayunar a las ocho y no volver a ingerir alimentos sólidos, ni líquidos que aporten macronutrientes, hasta las dos de la tarde. La cena, a las ocho de la noche, permite completar ese ciclo mínimo considerado intermitente. A media mañana o media tarde pueden tomarse líquidos sin macronutrientes, lo que facilita sobrellevar las primeras semanas, cuando aún no se ha consolidado la sensación de saciedad estable.

Su aplicación más básica consiste en permanecer al menos doce horas sin consumir alimentos sólidos, manteniendo únicamente líquidos como agua, caldos, café o té sin azúcar, ni edulcorante, ni leche, ni bebidas vegetales, es decir, la persona solo puede ingerir líquidos que le mantengan hidratado y sin aporte nutricional

Los ayunos largos

Con más experiencia pueden explorarse estructuras más largas, como los ayunos de dieciséis o dieciocho horas, que obligan a suprimir el desayuno o la cena. Los de veinticuatro horas suelen reservarse para preparaciones médicas y no tienen un papel relevante como herramienta cotidiana. Los periodos superiores —treinta y seis, cuarenta y ocho o setenta y dos horas— deben hacerse únicamente bajo indicación sanitaria y con supervisión profesional, porque exigen un control riguroso de la hidratación y del estado general del paciente.

Se trata de un ayuno que busca regular determinados procesos metabólicos mediante periodos controlados sin ingerir alimentos sólidos, ni líquidos que nos aporte macronutrientes, como son los carbohidratos, las proteínas y las grasas

Aun con sus beneficios, el ayuno intermitente no es para todo el mundo. No se recomienda en embarazadas, mujeres en lactancia, niños, personas mayores ni en pacientes con trastornos de la conducta alimentaria. Tampoco es aconsejable en situaciones de estrés o ansiedad marcados, porque puede agravar la percepción de malestar. Para el resto de la población, siempre que exista una guía nutricional adecuada y una alimentación equilibrada en las horas de ingesta, no representa una estrategia peligrosa. La clave está en entenderlo como una herramienta flexible cuyo éxito depende de la personalización y de un seguimiento correcto.