La noticia viene de Brasil, dirigido hoy, no se crean, por el muy progresista Lula da Silva. Los delincuentes controlaban una barriada entera donde centenares de personas vivían a sus órdenes.
Tenían drones con bombas para arrojarlos contra la policía. Total: 132 muertos, no en una guerra, tan siquiera en una guerrilla, sino en una operación policial contra una banda, no ya de narcotraficantes, que por supuesto, sino sencillamente contra una banda dedicada al crimen que dé dinero -por lo general narcóticos y prostitución- y que han decidido crear su propio Estado.
Y la muestra del poderío de esta delincuencia organizada es que el resultado de la operación va por más de 130 muertos. No está mal. En Brasil, no en Tanzania.Y Argentina ha enviado tropas a la frontera, no vaya a ser que estas multinacionales del delito traspasen fronteras.
Vivimos en un mundo violento, donde han vuelto los mercenarios. Los camellos llevan drones, los narcos lanchas rápidas y hasta submarinos. Los grupos de trata de personas están mejor armados que la policía, ejércitos de mercenarios pelean en los cinco continentes bajo cualquier bandera, también bajo la bandera de países cuyos ciudadanos se niegan a arriesgar la vida en defensa de su patria.
Los delincuentes crean ejércitos privados con drones para enfrentarse al Estado y a la policía... y a veces con éxito. ¿Hay que rehabilitar la pena de muerte?
La falta de respeto a la propiedad privada, la impunidad ante la ley, brilla en los cinco continentes.
El siglo XXI se ha mostrado un siglo particularmente violento. Y ojo, la violencia ha dejado de ser patrimonio del Estado. Los delincuentes crean ejércitos privados (y algunos Estados también) con drones para enfrentarse a la policía.
Eso con los nacidos. Con los no nacidos se practica una violencia más feroz y más cobarde, defendida y promocionada por la ley. Sí, hablo del aborto. Se calcula que en España, desde 1985, cuando Felipe González, han sido asesinados dos millones de niños y que en el mundo, en la era abortera han perecido 2.000 millones de inocentes. Y sólo el aborto quirúrgico, que el aborto químico supera con mucho esas cifras, seguro, aunque sí, resulta incalculable.
Es un mundo de muerte y de desprecio profundo por la debilidad, un mundo violento, en el seno de los países y en unos países contra otros.
Un detalle: San Juan Pablo II, autor del Catecismo vigente en la Iglesia católica, decidió no prohibir la pena de muerte porque aseguraba que la pena capital tenía razón de ser cuando la sociedad se enfrentaba a peligros a los que el Estado, defensor del débil, no era capaz de enfrentarse. Es decir, cuando la violencia privada superaba a la pública. El propio Wojtyla reconocía que ese seguía siendo el principio, pero que en el siglo XX se trataba de excepciones: el Estado prácticamente siempre podía más que el delincuente.
Francisco fue más allá, y decidió prohibir la pena de muerte en el Catecismo católico.
Ahora bien, el razonamiento de Juan Pablo II era mucho más serio y a lo mejor ahora, en el siglo XXI, visto lo visto, concedía que hay ocasiones en las que el Estado no puede con el delincuente, ¿Y entonces? ¿Permitimos de nuevo la pena de muerte?
Brasil... y muchos países más: el Estado está perdiendo el monopolio de la violencia, el único que debería poseer y, claro, entonces es cuando se impone la Ley de la Selva.