Sr. Director:
El sacerdote de Madrid D. Jesús Sánchez ha publicado un estupendo artículo en el que, partiendo de que en la constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II se habla de la relación entre la Santísima Virgen María y la Iglesia, traza un recorrido bíblico ilustrando que verdaderamente María tiene un oficio salvador en el misterio de la Redención llevado a cabo por su Hijo Jesucristo.
Esta misión de María no se limita al fiat pronunciado en la Anunciación, sino que alcanza su plenitud al pie de la cruz, cuando ofrece a Dios Padre a su Hijo Jesucristo como Víctima, el fruto bendito de su bendito vientre. En María se encuentran el tiempo y la eternidad. En su seno, el Verbo se hizo carne y comenzó la historia visible de la salvación. En María se cumplen las antiguas promesas: el amor del Padre encuentra respuesta humana en una criatura preparada por Dios para ello y la Redención entra en el mundo a través de la fe de esta mujer, siempre Virgen, concebida sin pecado original, Madre del Verbo encarnado y asunta al cielo en cuerpo y alma.
En el evangelio según San Juan (2, 1-11) María aparece atenta a la necesidad de una pareja de recién casados. Jesús afirma que todavía no ha llegado su hora.
Algunos autores dicen que esa respuesta significa algo así como: "Tú me ofrecerás, Madre, pero todavía no; sin embargo, porque tú lo pides, adelantaré un signo".
La hora de Jesús es la hora de su Pasión y Muerte en la Cruz: ahí Jesús consumará su obra redentora. Pero en Caná de Galilea, movido por la fe y la intercesión de su Madre, Jesús adelanta esa hora realizando el signo que prefigura los frutos de los sacramentos y anticipa su sacrificio redentor: el agua es convertida en vino. Del costado de Cristo dormido en la Cruz manó sangre y agua. El agua del bautismo que nos purifica y nos hace hijos de Dios y, la sangre que hace referencia a la Eucaristía.
María, que en las bodas de Caná pidió el vino de la alegría, ofrece en el Calvario el vino de la salvación y, como Madre, recibe a los hijos de Dios, cumpliendo su oficio de atraerlos hacia esa salvación y sostenerlos en ella incluso en los momentos de prueba.
-"Ahí tienes a tu Hijo"
-"Ahí tienes a tu Madre"
La Virgen María es verdaderamente Madre de los creyentes. Ella es la realidad que Abraham sólo prefiguraba.
María hace la ofrenda de su Hijo, no lo retiene, sino que lo entrega al Padre por la salvación del mundo. De este modo, María coopera libremente en la obra de la Redención, sin disminuir ni agregar nada a la única mediación de Jesucristo, sino participando en ella como madre y servidora.
-"He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra"
En el Calvario, María participa en la ofrenda eucarística de su Hijo.
Su presencia junto a la Cruz anticipa el sacramento que la Iglesia celebra sobre el altar por mandato de Cristo:
-"Haced ésto en conmemoración mía"
Jesús adelanta los signos a través de su Madre, gracias a su Madre: el signo de Caná y el de la Cruz se unen en una misma ofrenda "para que el mundo tenga vino", es decir, la gracia y la vida sobrenatural que brotan del costado traspasado del Redentor y Salvador. Cuando Jesús dice: "Ahí tienes a tu Madre", nos introduce en ese misterio.
María es, verdaderamente, Madre de la Iglesia, Madre de los cristianos, para ayudarnos a participar con un corazón alegre y entregado en el sacrificio de Jesús.
Por eso el apóstol Pablo pudo decir a sus cristianos:
"-Me alegro de sufrir por vosotros, así completo en mi carne los padecimientos de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col. 1, 24).
María, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que, con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna (Cfr. L.G., 62).
Ciertamente, a lo largo de la historia María ha seguido actuando y actúa como mediadora o medianera de la gracia divina.
Ella nunca ha dejado de ejercer su oficio salvador, y lo realiza no como rival de Cristo, su Hijo, sino como su fiel colaboradora. Ella abre los caminos de la gracia para que la Santísima Trinidad se manifieste en toda su grandeza y profundidad. Por eso llamamos a María: Hija del Padre, Madre del Hijo, Templo del Espíritu Santo.
En María, la humanidad y la divinidad se abrazan en un vínculo de amor y obediencia que revela cuánto nos ama Dios. Por otra parte, desde el año 1945 hasta el 1959, la Virgen María se mostró como Nuestra Señora de todos los Pueblos a la holandesa Ida Peerdeman.
Las visiones fueron acompañadas de varios mensajes, entre los que destaca la invitación de María a difundir su imagen y la advocación citada: Señora de todos los Pueblos.
El 31 de mayo de 1951, la vidente escucha de la Virgen las siguientes palabras: "He puesto mis pies firmemente sobre el globo terrestre porque en este período el Padre y el Hijo quieren traerme a este mundo como la Corredentora, Mediadora y Abogada"
Y el 31 de mayo de 1954, la vidente recibió el siguiente mensaje: "Cuando el último dogma de la historia mariana sea proclamado, entonces la Señora de todos los Pueblos dará la paz, la verdadera paz al mundo".
Los obispos Bormers y Punt, tras consultar a la Congregación para la Doctrina de la Fe, autorizaron la veneración pública de María en la advocación de "Señora de todos los Pueblos" en 1996.
El 31 de mayo de 2002, Mons. Punt, obispo diocesano de Amsterdam, reconoció el origen sobrenatural de las visiones.
La oración dice así:
"Señor Jesucristo,
Hijo del Padre,
manda ahora tu Espíritu sobre la tierra.
Haz que el Espíritu Santo
habite en el corazón de todos los pueblos
para que sean preservados de la corrupción,
de las calamidades y de la guerra.
Que la Señora de todos los Pueblos,
la Santísima Virgen María,
sea nuestra Abogada. Amén"
Volvamos a L.G., núm. 62: "Con su amor materno, María se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.
Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.
Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, el único Mediador (...)
La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta contínuamente y la recomienda a la piedad de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador".
Santa María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.