15 de octubre, Santa Teresa de Jesús, que no es doctora de la Iglesia porque fuera muy buena -por eso 'sólo' llegó a santa-  sino porque era muy inteligente. 

Si las feministas quieren reivindicar inteligencia femenina pueden recurrir a ella como referente y no las cretinas a las que suelen hacerlo. 

Los tres secretos de la vida que nos enseñó Teresa de Ávila son libertad, Providencia y reciedumbre con buen humor. Digámoslo en tres anécdotas de su vida.

Primera, cuando Teresa se quejaba a Cristo de que no le hubiera concedido algo que le había solicitado con ahínco y que era para bien de las almas, obtuvo la siguiente respuesta: "Yo quería, Teresa, pero los hombres no han querido". Dios es omnipotente pero no puede vulnerar su propia ley. Ha creado al hombre libre porque no deseaba que le amaran robots sino aquellos que podían amarle y claro, y si el hombre no quiere... el mal puede imponerse en el mundo, afortunadamente de forma limitada. La libertad concedida al hombre es la causa del mal en el mundo.  

La segunda anécdota ocurrió cuando se suicidó un amigo de Teresa, arrojándose desde un puente. Siempre en diálogo de oración, Teresa, desolada, se quejó al Señor y recibió esta respuesta: "Teresa, entre el puente y el río estaba yo. Es decir, la libertad del hombre se complementa con la Providencia de Cristo, Señor del tiempo y del espacio y pendiente de la palabra y la existencia de cada hombre.

Tres, la santa andariega, que fundó 15 carmelos a lo largo de la geografía española, andaba en mula cuando el animal se revolvió y le arrojó a un lodazal. Fue entonces cuando oyó un voz que le decía: "Así trato yo a los que quiero". Sentencia, por otra parte, consecuente con el lema de Teresa Cepeda: "O sufrir o morir". Ahora bien, el dolor quejica no es cristiano, el sufrimiento se vive ofrecido, con alegría y sin masoquismo. En cualquier caso, Teresa no se achantó ante su Creador y respondió: "Por eso tenéis tan pocos amigos". El amor, sin buen humor, es locura.

Libertad humana, Providencia divina y buen humor para no perder el sentido de las proporciones y no caer en la locura.