Vivía en el sufrimiento
odiando a sus hermanos, al mundo
que le había golpeado, sin merecerlo,
sin aceptarlo, sin comprenderlo,
renegando de los árboles,
de la luz y de las flores
sin querer a nadie ver,
alimentando resentimiento.
Vivía en el sufrimiento,
sin querer oír al alma
buscando cura y sosiego,
cuando oyó unas palabras
y leyó unos consejos.
Venían de aquel que sabe
lo que es llegar a sufrir,
y morir por sus hermanos,
siendo como él inocente,
sin merecer el dolor,
por ellos padeciendo.
Las palabras resonaron
en su corazón herido,
en su alma, que ignoraba
el amor que llevaba dentro.
La espada del odio, del resentimiento,
que en su ser clavada estaba;
del alma, del corazón, de su cuerpo,
de golpe le fue arrancada,
transformando el dolor,
en un fruto de aceptación,
por amor al que le amó,
sin más quejas, sin más lamentos.