Sr. Director:
Hace 60 años, el Papa Pablo VI estampó su firma para que quedase aprobada por la máxima autoridad de la Iglesia la declaración del Concilio Vaticano II "Nostra aetate", sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas.
El documento fue firmado el 28 de octubre de 1965 y en ningún momento afirma que todas las religiones sean iguales y que todas tengan el mismo valor salvífico.
Lo que sí afirma el Vaticano II y toda la Iglesia desde sus inicios es que el único Salvador del hombre y del mundo es Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María.
A ésto hay que añadir que es cierto que las personas esperan de las diversas religiones la respuesta a los interrogantes más profundos del corazón humano: qué es el hombre, por qué y para qué estamos en este mundo, cuál es nuestra meta definitiva; es decir, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
El hombre, desde que es hombre, tiene una cierta percepción de la Divinidad e incluso de un Dios que es Padre de todos.
Así lo hace el budismo, el hinduísmo y otras formas religiosas primitivas.
La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y de bueno, pero tiene la obligación, el deber y la misión de anunciar siempre y en todas partes a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida, y en quien los hombres encontramos la plenitud de la vida religiosa, porque en Él quiso Dios reconciliar todas las cosas, haciendo la paz por la sangre de su Cruz. (Cfr. N.A., 2)
La Iglesia reconoce también a los musulmanes, que adoran al Dios único, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, esperan el día del juicio y honran a Dios con la oración, las limosnas y el ayuno. (Cfr. N.A., 3)
La Iglesia reconoce también al pueblo hebreo y sabe que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, según el plan salvífico de Dios.
Por ese motivo la Iglesia, al honrar la Sagrada Escritura, no honra solamente el Nuevo Testamento, sino también el Antiguo, que prefiguraba al Nuevo.
Si en el Antiguo estaban las promesas, en el Nuevo está el cumplimiento de las mismas, que se ha dado plena y perfectamente en Jesucristo, el único Salvador.
Al ser tan grande el patrimonio espiritual y cultural común a cristianos y judíos, la Iglesia recomienda y desea alentar y fomentar el conocimiento de la religión judía, sobre todo a través de los estudios bíblicos y teológicos y también por medio del diálogo fraterno.
Es deber de la Iglesia, repite el Concilio, predicar que sólo en Jesucristo se halla la plenitud de la gracia y de la salvación (Cfr. N.A., 4).
Dado que Dios es el creador de todo lo que existe y que todos los hombres hemos sido hechos a imagen y semejanza suya, de ahí se deduce que no podemos invocar a Dios como Padre si nos negamos a comportarnos fraternalmente con los demás hombres, sean de donde sean y profesen la religión que profesen.
Ciertamente, como enseña San Juan, "quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor".(1ª Jn. 4, 8)
Con esto, la Iglesia pretende eliminar cualquier teoría o práctica que nos pueda llevar a odiar, discriminar o maldecir a las personas o a los pueblos, en lo que se refiere a la dignidad humana y a los derechos que dimanan de esa dignidad.
Nadie debe ser discriminado o vejado a causa de su raza, color, condición o religión, sino que los cristianos debemos llevar una vida ejemplar y santa a los ojos de Dios y de los hombres. (Cfr. N.A., 5)
¿Cómo se ha de llevar a cabo esa relación o colaboración entre los cristianos y los adeptos de otras religiones?
Con prudencia y caridad, por medio del diálogo, dando nosotros un buen testimonio de fe y vida cristiana, en vistas a reconocer, guardar y promover aquellos bienes espirituales, morales y socio-culturales necesarios para poder convivir en paz mientras estamos en este mundo. (Cfr. N.A., 2)
Al cumplirse el 60 aniversario de "Nostra aetate", el Papa León XIV nos invita a que, durante el mes de octubre, recemos para que los creyentes de las distintas tradiciones religiosas trabajemos juntos en la defensa y promoción de la paz, la justicia y la fraternidad humana. (Cfr. Red mundial de oración del Papa, octubre de 2025).
En medio de un mundo fragmentado, violento y polarizado, las religiones han de servir no para aumentar la violencia, los odios, los conflictos y los enfrentamientos, sino para ayudar a las personas a tratarnos como hermanos y a convivir orando y trabajando por un mundo verdaderamente humano a todos los niveles.
Recordemos que, para lucrar las indulgencias propias del año jubilar de la esperanza que estamos celebrando, es necesario, entre otras cosas, rezar por las intenciones del Papa.