“El 29 de octubre de 2025 se produjo un hecho relevante que muestra la existencia de un confesionalismo masónico”. Esto es lo que se puede leer en libro de reciente aparición La Masonería, el enemigo, escrito por el periodista Enrique de Diego.  Y sigue este autor analizando lo sucedido: “El Templo Masónico de Tenerife reabrió sus puertas este lunes tras unas obras de rehabilitación que se iniciaron en 2022 con una financiación de tres millones de euros a cargo del Ministerio de Cultura. Podrán dar de nuevo culto a Lucifer. Para eso se utilizan nuestros impuestos, así vuelven a nosotros. Suprema ironía, gloriosa tomadura de pelo. El alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, acompañado por el presidente de Canarias, Fernando Clavijo, además del ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, el masón Ángel Víctor Torres y la presidenta del Cabildo tinerfeño, Rosa Dávila, asistieron a la puesta largo del inmueble, cuya rehabilitación ha estado dirigida por la arquitecta María Nieves Febles. Bermúdez manifestó que «hoy Santa Cruz se honra a sí misma al volver a encender una luz que nunca debió apagarse» porque se abren «de nuevo» las puertas del Templo Masónico, «una joya arquitectónica y simbólica que vuelve a brillar en el corazón de la ciudad»”.

Los cimientos sobre los que se sustenta la masonería es la concepción del hombre como un ser autónomo. El viejo y falso “seréis como dioses”

A primera vista me sorprendió que Enrique de Diego dedique su libro a San José Sánchez del Río (1913-1928), el niño mártir cristero, que murió gritando ‘¡Viva Cristo Rey!’, y al general Enrique Gorostieta (1890-1929), comandante en jefe del ejército libertador cristero. Pero a poco que se piense tiene todo el sentido la dedicatoria, porque la proclamación de la realeza de Jesucristo y, por lo tanto, afirmar que los hombres somos, nada más y nada menos, que súbditos dependientes de tal Rey, es un misil en línea de flotación de la ideología masónica.

En efecto, como pone de manifiesto Enrique de Diego, al principio del libro, la ideología masónica es tan antigua como la existencia de la Humanidad. Los cimientos sobre los que se sustenta la masonería es la concepción del hombre como un ser autónomo. El viejo y falso “seréis como dioses” que propuso Satanás a nuestros primeros padres. La masonería propone la ruptura de las relaciones del hombre con Dios, para dinamitar el orden natural y los Diez Mandamientos, con el señuelo de que a partir de esta separación cada uno va a hacer lo que quiera, cuando en realidad lo que ocurre es que la sociedad queda sometida a los dictados tiránicos de unos pocos que desde la oscuridad de las logias establecen las normas por las que debe regirse la política, la educación, la economía, el paisaje, el ocio… y en suma toda nuestra vida; en definitiva, los nuevos dioses que erigen los masones son ellos mismos para aplastar a todos los demás.

La masonería propone la ruptura de las relaciones del hombre con Dios, para dinamitar el orden natural y los Diez Mandamientos, con el señuelo de que, a partir de esta separación, cada uno va a hacer lo que quiera

Enrique de Diego repasa las primeras actuaciones de la masonería en España, donde se pone de manifiesto su responsabilidad en los asesinatos de religiosos en el siglo XIX y su carácter luciferino. El autor del libro que recomiendo este domingo, repasa la vida de Sor Patrocinio (1811-1891) -agradecimiento inmenso por mi parte- pues su vida es la mejor representación de lo que fue la persecución religiosa en el siglo XIX.  

Por hablar de hechos concretos, en tan solo la noche del 17 al 18 de julio de 1834 fueron asesinados en la ciudad de Madrid 80 religiosos. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, había estallado la Primera Guerra Carlista que enfrentaba a los partidarios de Isabel II (1833-1868), contra los que apoyaban a su tío, Don Carlos (1788-1855), pretendiente al trono de España. Tanto Lafuente, Menéndez Pelayo y Galdós recogen la copla que los asesinos cantaban en el asalto a los conventos: “Muera Cristo y viva Luzbel. Muera Don Carlos y viva Isabel”.

Desde el 15 de enero de 1834 presidía el Consejo de ministros el famoso dramaturgo Martínez de la Rosa (1787-1862), que llegó a manifestar sin ambages que fue público y notorio que aquella catástrofe fue obra de las sociedades secretas para precipitar la revolución y arrojar del mando al partido moderado, aprovechándose del terror que difundió la aparición repentina del cólera, inventando lo del envenenamiento de las aguas como otras absurdas que inventaron en otras capitales. La persecución religiosa no se limitó a Madrid, porque los asesinatos de religiosos se volvieron a repetir en los meses siguientes en Zaragoza, Reus y Barcelona hasta completar un total de 138 religiosos mártires, de los que por cierto va siendo hora de que los obispos españoles inicien su proceso de beatificación, a los que si lo hacen hasta les perdonaría que les den el título de “mártires del siglo XIX”, para ocultar la responsabilidad de los masones, no se vayan a ofender.

Sociedades secretas en la historia de España: solo en la noche del 17 al 18 de julio de 1834 fueron asesinados en la ciudad de Madrid 80 religiosos

En Madrid, el convento de San Francisco el Grande junto con el Colegio Imperial de los jesuitas (actual sede del Instituto San Isidro de Madrid de Enseñanza Media) y los conventos de Santo Tomás y el de la Merced fueron los principales escenarios de un odio a la religión como nunca se había visto en la Historia de España. Los asesinos asaltaron los conventos entre blasfemias, destrozando y robando cuanto encontraban a su paso, dando mueras a Cristo y vivas a Lucifer, como hemos dicho. Al padre Benito Carrera, confesor de Sor Patrocinio le acribillaron en el sótano junto con otros doce franciscanos y no fueron las únicas víctimas de San Francisco el Grande, porque un total de 48 franciscanos murieron en el coro, por los claustros y hasta en la enfermería, ya que ni siquiera se apiadaron de los que convalecían postrados en cama.

La degollación de los frailes en San Francisco el Grande de Madrid, por Ramón Pulido (1867-1936) 

“El 17 de julio de 1834 -ha escrito el historiador Manuel Revuelta- no debe solamente considerarse como una fecha aciaga en que tiene lugar una hecatombe de vidas humanas, que tanto abundan, por desgracia, en la historia. (…) No se trata solamente de unos frailes menos, en aquella España trágica, desposada con la muerte, que veía perder a sus hijos por la epidemia del cólera o los fusilamientos masivos en la salvaje guerra sin cuartel. El 17 de julio es símbolo de un movimiento de oposición radical a la Iglesia, que desgarra con surco tajante la secular tradición católica de nuestro pueblo”. Por este motivo, acierta planamente Menéndez Pelayo cuando se refiere a estas matanzas de frailes como el “pecado de sangre” de la Historia de España.

En el recorrido de la Historia de la Masonería, Enrique de Diego tiene la honradez intelectual de referirse al libro de Alberto Bárcena, como la mejor publicación para entender lo que es la masonería y para conocer las condenas por parte del Vaticano, incluido la más reciente del papa Benedicto XVI. Y sin detenerse en el siglo XIX, Enrique de Diego prosigue contando la actuación de los masones hasta el día de hoy. De todos estos pasajes, quiero destacar una de las características común  de los últimos cien años como es la gran mentira de la masonería: su pretendida representatividad social, lo que a poco que se sepa de su historia queda más que demostrado que la masonería es excluyente y elitista. Se lo cuento con datos.

La II República disparó el número de masones en España. De cualquier forma, siguieron siendo una minoría elitista

Al proclamarse la Segunda República en 1931 había en España 2.700 masones, agrupados en 81 logias y 26 triángulos. Y del terreno abonado para el crecimiento de la masonería durante la Segunda República hablan los datos, porque en 1934 los miembros de la masonería aumentaron hasta los 4.446. En 1931, la población española tenía 23.563.867 habitantes, cifra que al ponerla en relación con el número de masones significa que los Hijos de la viuda en 1931 solo eran el 0,01 % de todos los españoles.

Tan ridícula proporción, tan poco representativa incluso de ese pretendida España de la que Azaña decía que había dejado ser católica, contrasta con que la mitad de los ministros del Gobierno Provisional de la Segunda República en 1931 fueran masones. Concretamente, seis de los doce: Diego Martínez Barrio (1883-1962), ministro de Comunicaciones, Alejandro Lerroux García (1864-1949), ministro de Estado, Santiago Casares Quiroga (1884-1950), ministro de Marina, Marcelino Domingo Sanjuán (1884-1939), ministro de Instrucción Pública, Álvaro de Albornoz Liminiana (1879-1954), ministro de Fomento y Fernando de los Ríos Urruti (1879-1949), ministro de Justicia.

la mitad de los ministros del Gobierno Provisional de la Segunda República en 1931 fueran masones. Concretamente, seis de los doce: Diego Martínez Barrio (1883-1962), ministro de Comunicaciones, Alejandro Lerroux García (1864-1949), ministro de Estado, Santiago Casares Quiroga (1884-1950), ministro de Marina, Marcelino Domingo Sanjuán (1884-1939), ministro de Instrucción Pública, Álvaro de Albornoz Liminiana (1879-1954), ministro de Fomento y Fernando de los Ríos Urruti (1879-1949), ministro de Justicia.

Y en los dos Gobiernos, el de 1933 y el de 1934-1936, además de algunos de los masones del Gobierno Provisional que repitieron cargo, fueron nombrados ministros otros 13 masones más. Por otra parte, según mis datos, bajando en el escalafón, durante la Segunda República, pertenecieron a la masonería 15 directores generales, 5, subsecretarios, 5 embajadores y 21 generales del ejército.

Por otro lado, el parlamento de 1931 que elaboró la sectaria Constitución de la Segunda República tenía 470 diputados, de los que al menos 151, es decir el 36,18 % de la cámara, se sabe con certeza que habían sido iniciados en la masonería, de la que algunos eran además destacados gerifaltes.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá