Barcelona y mayo de 1952, la ciudad llegaba al punto máximo de expectación, porque en los últimos días de ese mes se iba a convertir en el corazón del orbe católico. Los catalanes llevaban meses preparando la celebración del XXXV Congreso Eucarístico. El anterior había tenido lugar en 1938 en Budapest y desde entonces no se había celebrado otro, a causa de la Segunda Guerra Mundial y la situación política europea de la postguerra.

Se entiende que acudieran católicos de todo el mundo a la ciudad condal. Habían anunciado su asistencia 12 cardenales, 302 obispos, sacerdotes por millares y un número incontable de fieles. El general Franco, jefe de Estado, asistió al Congreso con su esposa. Uno de los actos más importantes fue la ordenación de 820 sacerdotes. Sí, he escrito bien: ¡O-cho-cien-tos-veinte…!, por lo que la ceremonia tuvo que hacerse al aire libre en el Estadio de Montjuic. Pocas fotos más sobrecogedoras que la de estos 820 ordenandos postrados sobre el terreno de juego.

Ordenación de 820 sacerdotes en el estadio de Montjuic

Los congresistas desbordaron todas las previsiones hoteleras y por este motivo, el arzobispo de Barcelona, Gregorio Modrego (1890-1972), pidió a los fieles que ofrecieran sus casas para alojar a los peregrinos que pudieran. Y aquí empieza la historia de la carmelita descalza, Madre Teresa de Jesús, que es quien aparece en la foto de portada de este artículo saludando al papa León XIV, en su última visita a Oriente.

Tengo para mí que a este viaje del Papa no se le ha dado la importancia que merece. Nuestra historia es tan eurocéntrica, que por eso se olvida lo que Oriente significa para los católicos. Orientales eran Abraham, nuestro padre en la fe, Moisés y los profetas que amonestaron al pueblo elegido y anunciaron la venida del Redentor. Oriental es Jesús, que tomó carne oriental en las purísimas entrañas de Santa María. Y oriental es nuestra alma, desde que la Santísima Virgen nos engendró al pie de la Cruz: “Mujer ahí tienes a tu hijo, a tus hijos, a todos tus hijos”; ya sé que no es literal la cita, pero es lo que el Señor quiso decir al estar todos nosotros representados en San Juan, por eso Santa María es Madre de Dios y Madre nuestra.

Siguiendo las indicaciones de su obispo, el matrimonio formado por Manuel García de Olalla y Consuelo de Ayguavives se presentó en la estación de tren para recoger a una delegación de la Iglesia Greco-Católica de Líbano, representada por Monseñor Joseph Maalouf, obispo melquita de Baalbek, el superior de los misioneros paulistas, del mismo rito, el muy reverendo padre Achkar, y Monseñor Karam.

Una vez instalados en su casa del paseo de la Bonanova, cuando los anfitriones comentaron que tenían una hija carmelita descalza, a monseñor Achkar le brillaron los ojos, pues desde hacía veinte años estaba intentando llevar al Líbano una Orden contemplativa. Y vio la solución en la hija de sus anfitriones. María García de Olalla y de Ayguavives, Marita para su familia, había ingresado en el convento de Calatayud el 1 de noviembre de 1947 y tomó el hábito de manos del padre Efrén de la Madre de Dios el 2 de mayo de 1948, con el nuevo nombre de Teresa de Jesús. 

Comenzaba entonces una carrera de obstáculos que iba a durar nueve años, hasta que el 22 de junio de 1961, zarpó desde el puerto de Barcelona rumbo a Beirut la expedición de las tres primeras: la Madre Teresa de Jesús, la madre Presentación y Ana de San Bartolomé. Tantas dificultades y obstáculos se han entendido con el tiempo, por el inmenso bien que esas benditas hijas de San Teresa de Jesús han hecho y hacen a la Iglesia desde el Líbano. Toda esta historia de estos nueve años está contada con todo detalle en un librito que se puede descargar gratis y se titula: Descalzas de Calatayud a Beirut, escrito por Fidel Sebastián Mediavilla.

Los primeros años de Beirut, aunque ellas no lo dicen, fueron heroicos, pero los llevaron con la gracia y el salero propios de las hijas de Santa Teresa de Jesús. Yo tengo documentación al respecto y puedo contar una vivencia que ilustra lo que digo. 

Cuando ya, por fin, las carmelitas descalzas consiguieron instalarse en el convento, la adquisición de unas gallinas fue celebrado como si les hubiese tocado la lotería, porque al no poder comer carne ni pescado por la regla, los huevos de esos animalitos fueron el complemento de proteínas para los menús. Y sucedió un día durante la comida que, aunque las carmelitas no comentan lo que se les pone en el plato, una de ellas no pudo más y preguntó a la cocinera:

-¿Qué son estas verduras, desconocidas en nuestra España?

 A lo que la interpelada respondió sin inmutarse:

-Coma con toda tranquilidad, que ayer eché estas hierbas a las gallinas y no les ha pasado nada.

Pero hoy no quiero seguir escribiendo más, porque quiero dejarles hablar a ellas y si lo cuento yo lo estropeo. La foto de las monjas con el papa León XIV, en la que no caben todas en el encuadre de la cámara es más elocuente que mil palabras, y, es todo un canto de esperanza que dice a las claras cuál es el remedio para hacer frente a la crisis de vocaciones religiosos. Es tan claro el mensaje, que solo hay que abrir los ojos para verlo.

Comunidad de Carmelitas descalzas del Líbano con el papa León XIV

Pero como también comprendo que alguno de mis lectores, a lo mejor, necesita una pista más, les voy a transcribir un audio que la Madre Teresa de Jesús ha enviado a una persona amiga mía, que tiene motivos para quejarse por los palos que le ha dado la vida. Y en el apaleamiento, precisamente, la Madre Teresa de Jesús le marca el sentido vida. No tiene desperdicio porque en dos frases elabora todo un tratado de Teología al alcance de todos los bolsillos:

“Que concretes que la Cruz es el mejor regalo que el Señor nos puede dar, pero para que sea regalo lo tenemos que coger como regalo y con sonrisa en los labios aunque nos duela el corazón. Entonces el dolor se hace Cielo. Pero si recibimos el dolor echándolo de nosotros, entonces es catastrófico. Y cuando tengas tus dolores, dile a Jesús: ahora me parezco más a Ti. Y como última palabra te digo que amemos mucho a Jesús. Créeme que cuando hay sufrimientos en la vida, si nos refugiamos en Jesús, vemos que todo es poco, viendo que nuestro Jesús pasó una vida crucificada. Entonces el dolor ya no es dolor; el dolor es victoria. El dolor por amor nos merece el Cielo”.

La Madre Teresa de Jesús del Líbano, hija fidelísima de Santa Teresa de Jesús, no hace otra cosa que trasmitir las enseñanzas que la Santa Ávila expresó en uno de sus poemas más bellos y profundos. Lo copio:

En la cruz está la vida
y el consuelo,
y ella sola es el camino
para el cielo.

En la cruz está "el Señor
de cielo y tierra",
y el gozar de mucha paz,
aunque haya guerra.
Todos los males destierra
en este suelo,
y ella sola es el camino
para el cielo.

De la cruz dice la Esposa
a su Querido
que es una "palma preciosa"
donde ha subido,
y su fruto le ha sabido
a Dios del cielo,
y ella sola es el camino
para el cielo.

Es una "oliva preciosa"
la santa cruz
que con su aceite nos unta
y nos da luz.
Alma mía, toma la cruz
con gran consuelo,
que ella sola es el camino
para el cielo.

Es la cruz el "árbol verde
y deseado"
de la Esposa, que a su sombra
se ha sentado
para gozar de su Amado,
el Rey del cielo,
y ella sola es el camino
para el cielo.

El alma que a Dios está
toda rendida,
y muy de veras del mundo
desasida,
la cruz le es "árbol de vida"
y de consuelo,
y un camino deleitoso
para el cielo.

Después que se puso en cruz
el Salvador,
en la cruz está "la gloria
y el honor",
y en el padecer dolor
vida y consuelo,
y el camino más seguro
para el cielo.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá