“¿Oye Javier, por qué los progres tienen tanto prestigio entre nosotros…?” Y para que ustedes entiendan mejor la pregunta, necesito explicar el contexto. Me pongo a ello.
Primera aclaración: Javier, naturalmente, soy yo. Y el que me hacía la pregunta es un colega universitario, persona prestigiosa en su disciplina y sobre todo coherente, intelectual de cabeza cristiana, al que los católicos moderaditos de la Universidad donde trabaja le dieron más palos que a una estera, hasta que consiguieron quitárselo de en medio… Está escrito en el libro de la Sabiduría: “¡Acechemos al justo…, solo su presencia nos resulta insoportable!”.
Segunda aclaración: entre nosotros, quiere decir entre profesores universitarios. La pregunta de mi colega estaba precedida de los comentarios que habíamos hecho de otro catedrático, llamémosle Don Conegundo, ya fallecido. Don Conegundo era católico y no se crean ustedes que era de la especie “canis vulgaris”, comúnmente llamada “chucho callejero”. No, no señor, don Conegundo tenía su pedigrí o si lo prefieren en términos taurinos, Don Conegundo no era un católico sin más de su parroquia, sino que lucía divisa. El profe del que hablamos era tan buena persona como listo, y esto segundo lo era en demasía por lo que en su carrera universitaria llegó muy alto. Pero Don Conegundo se murió sin cumplir un deseo, que persiguió durante toda su existencia, a pesar de estar dispuesto a dar un brazo si se lo hubieran pedido para conseguirlo: Don Conegundo se murió sin publicar un artículo en El País.
La especie de los Conegundos es más abundante en los claustros universitarios de lo que ustedes, queridos lectores, se imaginan. Y por eso las figuras intelectuales o políticas que vivieron al margen de la Iglesia católica tiene preferencia a ser estudiadas o debatidas en los programas de los departamentos de los Conegundos, que “haberlos haylos”, más de lo que sería deseable.
Luisa María Frías Cañizares, catedrática de Universidad durante la Segunda República, es una perfecta desconocida entre "nosotros"
Y así se explica que una mujer católica, como Luisa María Frías Cañizares, catedrática de Universidad durante la Segunda República, no es que carezca del reconocimiento de que su nombre figure en alguna plaza o calle importante o en algún edifico universitario, incluidos los de las Universidades de la Iglesia de España, es que esta mujer es un perfecta desconocida entre “nosotros”, que ya saben ustedes a quienes me refiero. Y por hacer justicia voy a contar un resumen de su vida, a ver si de paso algún rector de alguna Universidad enmienda este ingrato olvido.
Luisa María Frías Cañizares nació en Valencia el 20 de junio de 1896. Ya desde niña fue muy piadosa. Iba a misa todos los días y comulgaba en aquella época, en la que el ayuno eucarístico comenzaba a partir de las doce de la noche del día anterior, momento desde el que no se podía beber ni agua.
Fue una brillante estudiante y obtuvo la licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia, en la sección de Historia. Eran los años de la Segunda República, en los que sectariamente se persiguió la enseñanza católica. De modo que cuando las escolapias de Valencia necesitaron tener en el claustro nombres de licenciados, Luisa María no dudó en dar el suyo. Y en aquellos días, en los que uno se la jugaba de verdad, no se escondió de ningún modo, y junto con su amiga María Lázaro fundó la Unión de Universitarias Católicas, como una sección de la Acción Católica. Organización que tampoco le sirvió para esconder entre sus muchas integrantes, porque en la Universidad de entonces había muy pocas mujeres estudiando, y alumnas católicas todavía menos.
Luisa María fue detenida el 24 de noviembre de 1936, la desnudaron completamente y sufrió las primeras vejaciones
Al acabar la carrera, permaneció en la Universidad de Valencia, donde fue nombrada catedrática auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras. Por todo ello era muy conocida en su ciudad, no solo por su actividad profesional, sino por los muchos servicios que prestaba a los pobres y a los enfermos, atendidos por su parroquia de Santo Tomás Apóstol.
Cuatro meses después de que estallara la Guerra Civil, Luisa María fue detenida el 24 de noviembre de 1936 y conducida a la sede de los anarquistas, que habían ocupado el edificio del Banco Vitalicio de Valencia. Y allí comenzó su tormento. Antes de ser interrogada, la desnudaron completamente y sufrió las primeras vejaciones. Y de allí la trasladaron a una de las peores checas de la ciudad, la del Seminario, dirigida por Manuel Pérez Feliu, un ebanista de 44 años, afiliado a la CNT, que en 1936 ya tenía un abultado historial delictivo.
En 1921 fue detenido en Madrid. Manuel Pérez Feliu era una de los integrantes de la banda de “La Porra” y fue acusado colocar un explosivo en la capital de España. Durante la Segunda República, en 1932, volvió a ser detenido y fue deportado al Protectorado español de Marruecos. Y dos años después, en 1934, le detuvo la policía en Barcelona porque le reclamaba un juzgado por tenencia de explosivos. Con este curriculum se explica que al estallar la guerra fuera la persona adecuada para hacerse con el mando del Comité de Defensa de Valencia, una sección de las Milicias de Policía Nacional, con unos setecientos patrulleros a su mando. A lo que hay que añadir, como hemos dicho, la jefatura de la checa del Seminario de Valencia.
Luisa María Frías Cañizares fue beatificada por San Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001
La crueldad de Manuel Pérez Feliu solo era comparable a la de Loreto Apellaniz, que impuso en las checas de Valencia un modo de actuar especialmente cruel. Apellaniz fue el responsable de la Secretaría Política de Enlace de la Comisaría especial de Orden Público de Valencia. Según documentos, esto es lo que sucedía en las checas de Valencia:
“Apellaniz y sus huestes pusieron en práctica el terror soviético y los martirios de Oriente (…) En cuanto no les daba resultado para obtener las confesiones que ellos querían, ponían en práctica sus martirios, llegaron a la quemadura de los dedos introduciendo cerillas entre la uña y el dedo, les golpeaban en los oídos, en la nariz, en los mentones y labios, y se les apretaban fuertemente los órganos genitales y otras partes del cuerpo, a otros llegaron a colgarlos por los pies del techo, golpeándoles con palos y objetos contundentes, y además llegaron a producir cortes en los pies con vidrios de botellas y después de estas sesiones escalofriantes eran colocados en habitaciones reducidas donde los ladrillos estaban levantados y colocados en forma vertical, de modo que debían posarse en ellos los pies desnudos y sangrantes de los detenidos”.
Con un cuchillo le sacaron los ojos, pero como entre sus quejas por el dolor gritó con fuerza ¡Viva Cristo Rey!; en venganza, le cortaron la lengua con unas tijeras, ante de rematarla a tiros
No, no exagero ni un poco, porque lo que le hicieron a Luisa María Frías Cañizares fue todavía peor. En la madrugada del cinco al seis de diciembre de 1936 la trasladaron a Paterna, donde de nuevo fue desnudada y ultrajada. Comenzó entonces el mayor tormento, con un cuchillo le sacaron los ojos, pero como entre sus quejas por el dolor gritó con fuerza ¡Viva Cristo Rey!; en venganza, le cortaron la lengua con unas tijeras, antes de rematarla a tiros.
Luisa María Frías Cañizares fue beatificada por San Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá