No recuerdo una época en la que se hayan manifestado tantos policías nacionales y guardias civiles contra su jefe político, el ministro del Interior. 

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Como buen progresista, Grande-Marlaska responde a las críticas sobre la inseguridad reinante en España con el consabido argumento de que durante siete años sus siete años al frente de la seguridad en las calles, él ha contratado a muchos policías (guardias civiles menos, porque le caen mal, son unos facciosos). Con lo cual llegamos a uno de los más curiosos fenómenos existentes en España: cuantos más policías, más inseguridad y más miedo en las calles. Curioso.

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La respuesta de Marlaska es la que se podía esperar de un cínico como él: negarlo todo, es la España segura de Marlaska: si la gente tiene más miedo al otro que nunca... es porque son fascistas. 

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En el entretanto, los policías dicen que se ha perdido el principio de autoridad y que los grupos criminales son más poderosos que ellos. Y mientras tanto, lo dicho: el pacto del ciudadano con el Estado es que éste protege a aquel y aquel, en compensación, le permite ejercer el monopolio de la violencia. Ahora bien, si el Estado, o sea, el Gobierno, no me protege, yo tengo que buscar mi auto-protección. Y ese camino empieza como un justo arrebato pero suele acabar en tragedia. 

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