Sr. Director:

Érase una vez un fantástico país donde vivían Goña y Drope, una pareja también fantástica, pues habían llegado a residir en el palacete de la cumbre del poder, gracias a un partido que alardeaba de representar y defender a los obreros; circunstancia esta muy ajena a Goña y Drope, ya que ambos procedían de familias de probado desahogo económico. Sin embargo, y pese a gozar de tan excelente estatus, durante sus horas muertas en palacio atormentaba a Goña carecer de estudios y títulos oficiales que acreditasen su excelencia intelectual y hasta moral, y que blanqueasen el origen prostibulario de su patrimonio familiar: una carencia que aguijoneaba su melancólica y herida vanidad. Y quizás debido a esta continua comezón, se le metió en la mollera que no podía ser inferior a cualquiera de las anteriores damas consortes que habían compartido colchón y condición con sus parejas presidenciales; motivo por el que le propuso a Drope (o Drope le propuso a ella, que en esto no coinciden los autores) aprovechar su relevante e influyente situación para que se le crease una cátedra personal, sin más requisito que el poderoso aval de su poderoso marido. Una cátedra de dudosas financiaciones y actividades, y de no menos dudosos intereses, que finalmente generaría una telaraña de relaciones y actos de también dudosa moralidad, que fueron arrastrando a Drope hacia el declive de su encumbramiento. Moraleja: quien no se contenta con gozar de una privilegiada e inmerecida posición, corre el riesgo de perderlo todo.