Sr. Director:
Avanza noviembre, “mes de los Difuntos”, y nos lleva a la esperanza del Cielo, que podemos perder por mal uso de nuestra libertad. “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” ( 1 Timoteo 2).
Nos preguntamos qué y cómo será el Cielo. La Escritura nos dice que es la unión con Cristo sin ocaso y nos lo presenta con imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso. San Pablo expresa: "lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman". Allí se es feliz en la contemplación de la belleza y la bondad de Dios, sin cansarnos El Catecismo de la Iglesia Católica dice que “el cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”; que “ esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo"; que “los elegidos encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre”. Después de nuestra resurrección, allí tendremos las características del cuerpo glorioso: “claridad”, “agilidad”, “impasibilidad” y “sutileza”: no habrá sufrimiento, seremos muy bellos y rapidísimos y sin muros impenetrables para nosotros. En ese estado se es feliz en la contemplación de la belleza y la bondad de Dios, sin cansarnos, y todos gozan plenamente según su capacidad.
¿Cómo prepararse? Con el cumplimiento de nuestras obligaciones ( personales, familiares, profesionales, religiosas...), con la caridad y el ejercicio de la misericordia; con la oración contemplativa.