Sr. Director:
El 8 de diciembre de 1965 tuvo lugar la ceremonia de clausura del Concilio Vaticano II. Por tanto, el 8 de diciembre del presente 2025 se celebrará el 60º aniversario de esta clausura.
Recordemos que el Concilio fue convocado por el Papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959.
Dio comienzo el 11 de octubre de 1962, y consistió de cuatro sesiones, la primera de ellas presidida por el propio Juan XXIII. Pero este santo varón falleció el 3 de junio de 1963.
El 21 de junio de ese mismo año fue elegido para suceder a Juan XXIII el Papa Pablo VI, quien se encargó de gobernar la Iglesia de Cristo hasta su fallecimiento el día 6 de agosto de 1978.
San Pablo VI decidió que el Vaticano II debía continuar, enfatizando sus propósitos básicos y guiándolo a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final. En efecto, Pablo VI abrió las sesiones segunda, tercera y cuarta del Concilio y, tal y como queda dicho, lo clausuró el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción del año 1965.
Aunque San Juan XXIII había dado ya algunas pautas referenciales para la celebración del Concilio, la tarea de llevar a cabo y celebrarlo con verdadero espíritu eclesial le correspondió a San Pablo VI.
En su discurso de apertura del 29 de septiembre de 1963, Pablo VI señaló cuatro prioridades:
1.- Una mejor comprensión de la Iglesia Católica, de su naturaleza y del Episcopado.
2.- La renovación de la Iglesia en vistas a ser reflejo del amor de Cristo en medio del mundo.
3.- El empeño por la unidad de todos los que creen en Cristo en una sola Iglesia visible.
4.- El comienzo del diálogo con el mundo contemporáneo.
Anteriormente ya se habían señalado los fines principales:
1.- Promover un sano desarrollo de la fe católica.
2.- Trabajar por la renovación moral de la vida de todos los miembros de la Iglesia.
3.- Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades de los tiempos y de las personas.
4.- Lograr unas mejores relaciones con los hermanos que no estaban en plena comunión con la Sede de Pedro, y estar dispuestos al diálogo con los adeptos de otras religiones e incluso con los ateos.
Poco a poco, la mayoría de las veces con aplauso general de los Padres, y en muy contadas ocasiones con ciertos recelos, el deseo de Juan XXIII y de Pablo VI, de la inmensa mayoría de los obispos presentes en Roma, de los sacerdotes y demás miembros del clero, de los religiosos y religiosas y de los fieles laicos se abría paso, no para organizar una nueva Iglesia, ni para empezar desde cero, sino para que la Iglesia y todos sus miembros tomáramos conciencia del misterio de la propia Iglesia, de la Jerarquía Eclesiástica, de los diversos carismas que el Espíritu Santo concede a los fieles, de la importancia de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, de la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial, del diaconado, de nuestra común vocación a la santidad y al apostolado individual y comunitario, de la grandeza de la vocación laical, de las luces y las sombras que encontramos en nuestro mundo, de los hermanos separados, del fenómeno del ateísmo, de las principales religiones no cristianas que se practican en nuestras sociedades, de la formación de los candidatos al Sacerdocio, del Romano Pontífice, de lo que la Iglesia puede ofrecer realmente a las personas y a los pueblos y de lo que la Iglesia puede admitir o no de las ideas y costumbres de las diversas gentes, etc, etc.
La valoración general que el Papa San Juan Pablo II hizo acerca del Vaticano II fue positiva, aunque el Papa también subrayó críticamente algunas de las ideas que muchos se habían formado sobre este Concilio.
Más tarde, el Papa Benedicto XVI continuó alentando la puesta en práctica de las decisiones conciliares, siguiendo lo que él llamaba una hermenéutica de la continuidad y no una hermenéutica de la ruptura.
Algo parecido a cabo el Papa Francisco con su talante abierto y hasta simpático, de buen humor. Para ello reformó la Curia Vaticana e inició el llamado proceso sinodal o Sínodo sobre la Sinodalidad.
Nuestro Santo Padre el Papa León XIV ha ordenado continuar trabajando sinodalmente en todas las instancias de la Iglesia, desde la parroquia más pequeña hasta la diócesis más grande. En efecto, ya se han hecho público por parte de la Secretaría General del Sínodo, las pistas para la fase de implementación del proceso sinodal universal que ahora han de concretarse en cada Iglesia particular, un trabajo que nos ocupará probablemente hasta el 2028: la promoción de la espiritualidad sinodal, el acceso a funciones de responsabilidad y a roles de guía que no requieren el sacramento del Orden, nuevas formas de servicio y ministerio que responden a las necesidades pastorales en cada contexto, siguiendo los puntos 75 al 77 del Documento Final. del Sínodo, etc, etc.
Como dice San Agustín, la Iglesia "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la Cruz del Señor hasta que Él vuelva.
Mientras, oremos, evangelicemos, convirtámonos al Señor, confiemos en Él, demos a conocer nuestra fe católica a los demás, hagamos el bien a todos, evitemos el mal y perdonémonos cuando alguno tenga quejas contra otro.
Llenemos el mundo del amor de Cristo. Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadidura. Con la intercesión de la Santísima Virgen María y de su esposo San José.
Que todo sea para mayor gloria de Dios