Sr. Director:

Podremos cambiarle el nombre y transformarlo de delito en derecho. Podremos permitirlo totalmente o sólo en determinados supuestos. Podremos ensalzar a la mujer y a quien se lo realiza, o penalizar al médico que se niegue e incluso a quienes recen ante los centros donde se practica. Podremos suprimir la reflexión de las embarazadas para que no demoren ni un segundo su letal decisión. Podremos hacer o no hacer muchas cosas... 

Pero en todo caso, la cuestión fundamental en este grave asunto siempre será si la vida del bebé, feto o embrión es la de un ser humano diferente y distinto de la mujer en cuyo seno se desarrolla, o si sólo se trata de un amasijo celular que ni siente ni padece y del que libremente puede disponer cada gestante hasta un minuto antes del parto. En definitiva: si abortar es bueno, malo o indiferente. 

Porque si admitimos que estamos ante un ser humano, por muy débil y pequeño que sea, ello nos obligaría a defenderle por encima de cualquier interés en eliminarle. Y si algo resulta innegable hoy es que la ciencia hace tiempo que despejó cualquier duda al respecto, invalidando así los argumentos que insisten en reducir este tema a una mera cuestión ideológica, religiosa, sentimental, de apetencia o deseo.

Mas reconocer esto significaría admitir que vivimos en una sociedad muy dañada por un tremendo egoísmo infanticida.