Sr. Director:

Casi en silencio, con firmeza técnica y bajo una determinación que trascendía el contexto geopolítico inmediato, durante los años finales del régimen del General Francisco Franco, España estuvo a punto de entrar en el selecto club de potencias nucleares . El proyecto, denominado Islero —nombre simbólico en alusión al toro que mató a Manolete—, fue diseñado con una lógica disuasoria clara frente a amenazas sobre la integridad territorial, particularmente por parte de Marruecos, todavía liderado por el astuto rey Hasán II. Los responsables técnicos, militares y científicos del proyecto creían que solo el desarrollo de un artefacto nuclear garantizaría a España autonomía soberana, prestigio internacional y capacidad real de defensa estratégica .

En un contexto de Guerra Fría y con la amenaza constante de reclamaciones sobre Ceuta, Melilla, el Sáhara y las Islas Canarias, España rechazó durante años la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). La negativa no fue gratuita: Franco y su equipo eran conscientes de que dicho tratado era, en la práctica, un instrumento de los ya nucleares para impedir que otros alcanzaran ese estatus.

Los trabajos progresaron discretamente, incluidos contactos con Francia y la asistencia técnica indirecta derivada del incidente de Palomares (1966), donde cuatro bombas termonucleares estadounidenses cayeron accidentalmente en suelo español. Aquel suceso, lejos de ser únicamente anecdótico, brindó a nuestros científicos información valiosísima sobre los métodos, materiales y tecnologías asociados al armamento nuclear.

Sin embargo, el avance fue detenido por una conjunción de factores: presiones estadounidenses, temor a sanciones internacionales, reticencias internas por parte de ciertos tecnócratas más pragmáticos y una progresiva pérdida de impulso político tras la enfermedad y posterior muerte del Caudillo. Con su desaparición comenzó también el desmontaje progresivo del ambicioso proyecto nacional de autonomía militar estratégica .

El Sáhara Español: la provincia abandonada

Paralelamente a este proceso inconcluso, tuvo lugar uno de los más dolorosos y vergonzosos episodios de nuestra historia contemporánea : la claudicación ante el chantaje de Marruecos y la entrega del Sáhara Español , la entonces denominada provincia número 51 .

Durante décadas, España había invertido en infraestructuras, desarrollo educativo, tejido administrativo y cohesión territorial en el Sahara. Muchos españoles peninsulares residían allí, junto con decenas de millas de saharauis y nacionalizados españoles, integrados en la vida civil y política. Pero todo se derrumbó cuando la agonía de Franco coincidió con la ofensiva política del trono alauita y sus aliados internacionales.

La amenaza marroquí se concretó en la llamada Marcha Verde (noviembre de 1975), agitada por Hasán II y tolerada, incluso alentada, por sectores de interés geoestratégico en Francia y Estados Unidos. España, dominada por una cúpula política que no se atrevía a dar un paso sin calcular su propio acomodo en un futuro posfranquista, optó por el abandono encubierto , la salida sin honor bajo la apariencia de un acuerdo «tripartito» que jamás tuvo valor jurídico reconocido por la ONU. Oficialmente se transfirió la “administración”, no la “soberanía”, pero en la práctica, el Sáhara fue entregado al Reino de Marruecos sin disparar un solo tiro y con miles de españoles dejados a su suerte .

¿Por qué se abandonó el Sáhara? ¿Y por qué nadie lo impidió?

La explicación de esta rendición pasa por una cadena de circunstancias, decisiones positivas, cobardías acumuladas y estrategias de supervivencia personal e institucional:

  • Porque quienes detentaban el poder, en fase de transición, no quisieron comprometer su futura legitimidad . Lo importante era asegurar el traspaso político, la instauración de la monarquía y el afianzamiento de su propia posición en la nueva etapa posfranquista.
  • Porque Estados Unidos y Francia presionaron a favor de Marruecos, aliado más útil frente al yihadismo y al socialismo panárabe de Argelia.
  • Porque no existía presión popular ni militar para mantener la soberanía sobre el Sáhara. El régimen —en vías de descomposición— prefirió aceptar la mutilación territorial antes de enfrentarse a una guerra potencial o un conflicto diplomático internacional.
  • Y porque muchos de los que debían defender los intereses nacionales o alzar la voz, llamaron a cambio de protección, cargos futuros o silencio pactado.

¿Por qué no se repatrió a los saharauis nacionalizados españoles?

Porque no importaban . La prioridad era la gestión interna de la Transición, no la defensa de los intereses de los españoles “menores” repartidos por África. Nadie diseñó un plan serio de repatriación, asilo o alternativa digna para ellos . Más de cuarenta mil españoles, entre colonos peninsulares y saharauis nacionalizados, fueron abandonados. Era preferible negociarlo todo con Hasán II, cediendo los fosfatos, los bancos pesqueros y la seguridad de nuestros compatriotas como piezas de cambio.

¿Qué pago recibieron quienes consintieron esta entrega?

  • Puestos en la naciente clase dirigente democrática.
  • Blindaje judicial y político mediante las primeras leyes de amnistía.
  • Participación privilegiada en el proceso de reapropiación de empresas públicas, privatizaciones posteriores y redes de influencia en medios, universidades y sindicatos.
  • Aceptación internacional del nuevo régimen, incluyendo el acceso a la Comunidad Económica Europea y la normalización diplomática con Occidente.

¿Existe oposición real al franquismo durante su vigencia?

Pese a lo que sostiene la actual historiografía militante , en los años finales del franquismo no existía una oposición seria y organizada al régimen. Las llamadas fuerzas “democráticas” eran grupos fragmentarios, muchos refugiados en el exilio y con escasa incidencia interna. Otras formaciones —como el PSOE reconstruido tras 1974— fueron promovidas y favorecidas por potencias extranjeras aceptadas en una transición controlada en España; Alemania Federal (con Willy Brandt en cabeza) financió y respaldó al nuevo PSOE , que había abjurado de todo pasado marxista violento.

En el interior, ni existían partidos ni sindicatos operativos. La oposición estaba en su mayoría fuera del país, en universidades o en círculos alternativos, sin capacidad de alterar realmente la estructura efectiva de poder. La inmensa mayoría de los españoles vivían centrados en sus trabajos, familias y vida cotidiana. No había descontento generalizado, ni demanda popular de cambio político. Quienes afirman hoy lo contrario, mienten con descaro o sufrir una retrovisión ideológica voluntarista.

¿La dictadura instauró el “terror”?

Rotundamente no. España no fue un régimen de terror en sentido histórico . Fue autoritario, como muchos otros en Europa hasta bien entrada la Guerra Fría, pero no fue equivalente a sistemas genocidas o tiranías sin ley. La represión política fue selectiva, sobre todo en los años 40 debido a la persistencia de la armada guerrillera (el maquis), alimentada por el Partido Comunista y apoyada extraoficialmente por el estalinismo internacional. Era lógico, y legítimo, que el Estado reprimiera a quienes no se rindieron, pretendían relanzar una guerra civil o lanzaban incursiones armadas desde el extranjero.

La comparación artificial con Robespierre, Pol Pot o los totalitarismos del siglo XX es una burda falacia que solo prospera en sectores ideológicos que aún no han superado su nostalgia por la derrota sufrida en 1939 .

Conclusión: entre la desmemoria selectiva y la damnatio memoriae

España no fue un país «raro», ni especialmente represivo, ni oscuramente cruel. Como cualquier otro Estado surgido de una guerra civil, actuó con lógica de supervivencia, blindaje institucional y defensa del orden público. La llamada “represión franquista” se inscribe en los mismos códigos que los usados en la posguerra por Francia, Italia, Alemania o Yugoslavia . Lo que hoy se intenta promover como «memoria histórica» es, en muchos casos, una reescritura partisana, interesada, fantasiosa y cargada de irracionalismo revanchista.

Los españoles que vivieron en los años del régimen de Franco —nuestros padres, nuestros abuelos— no vivían aterrados ni bajo una persecución absurda , sino dedicados a levantar un país que pasó de la miseria autárquica al crecimiento industrial, del hambre a la prosperidad, de la incultura al desarrollo técnico y científico… con un orden político que respondía a su tiempo y circunstancias.

Tratar ahora de denigrar aquella etapa mediante juicios construidos al calor ideológico del presente no solo es injusto, sino sintomático de la decadencia nacional que nos asola : un país que ya no sabe ni por qué existe, ni quién lo construyó, ni cuál fue su verdadero legado.