Como la mejor tradición culinaria aconseja que para cocinar las langostas han de cocerse vivas, con objeto de procurarles una muerte más dulce, en Suiza su Gobierno determinó en 2018 que, antes de ser cocidas, fueran anestesiadas o aturdidas. Y siguiendo tan sensible senda ahora en Gran Bretaña, el Gobierno laborista de Starmer ha ido un poco más allá y anuncia que prohibirá la cocción de todos los crustáceos vivos, incluyendo gambas, cigalas, bogavantes y cangrejos. Es lo bueno de ser crustáceo: que además de acabar en selectas y exquisitas mesas, hay Gobiernos que se preocupan por sus muertes.
Porque a diferencia de estos privilegiados animalitos, hay otros seres a los que se les aplican unos métodos de muerte incluso más crueles, pero como acaban en cubos de basura sanitaria, no suscitan similar solidaridad sobre sus padecimientos ni sobre los métodos (que no envidiarían los crustáceos) que se les aplican para eliminarlos. Sus muertes, no sólo no preocupan ya a los Gobiernos, sino que se consideran como conquistas de nuevos derechos y un gran avance de la humanidad. Se trata de esos seres humanos que son cocidos o despedazados en el vientre de sus madres, aun gozando de una extraña semejanza a esos bebés que tanto nos conmueven cuando son abandonados o reciben el más mínimo gesto de maltrato. Aunque eso sí, estas muertes también requieren de previa anestesia y aturdimiento..., pero de la sociedad.