Sr. Director:
En la segunda parte del Secreto de Fátima (transcrito por la venerable sor Lucía en el año 1941, en donde se relatan los hechos acaecidos en el año 1917) se nos dice:
"Inmediatamente levantamos los ojos hacia Nuestra Señora que nos dijo con bondad y tristeza:
— Visteis el infierno a donde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra pronto terminará. Pero si no dejaren de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión reparadora de los Primeros Sábados. Si se atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz."
A continuación, centraremos nuestra atención en la siguiente parte del Secreto de Fátima: "Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da…"
Pues bien, entre los días 25 a 26 de enero del año 1938, se observó una aurora boreal de color rojizo en Europa, América del Norte, África del Norte, Oceanía…, dando comienzo poco tiempo después una Gran Guerra: la II Guerra Mundial.
El pasado año 2024, entre los días 10 a 11 de octubre, se observó una aurora boreal de color rojizo en Europa, América del Norte, Asia…, observándose también recientemente entre los días 11 a 13 de noviembre de 2025 en Europa, América del Norte, Asia..., algo que nos debe de hacer reflexionar, no para tener miedo sino para actuar.
¿Cómo podemos actuar?, ¿qué podemos hacer? Refugiarnos en Dios (siendo asiduos a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Confesión frecuente), ofrecer sacrificios, y pedirle al Buen Dios en el rezo del Santo Rosario que llene nuestro corazón de Paz, y que pacifique nuestro mundo, para que se haga realidad aquello que rezamos en la Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación II: “que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión.”
Dios es un Padre Bueno y Misericordioso. Él escuchará nuestra oración, y quizás el sufrimiento por experimentar se mitigue, y no experimentemos en toda su dimensión la maldición autoimpuesta por haber pedido una vez más, con nuestra forma de proceder, la crucifixión de su Hijo Jesucristo: “Y todo el pueblo respondió: <<¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!>>” (Mt 27, 25)