Sr. Director:
El espíritu de Santa Teresa de Jesús no cesa de aletear por los caminos de España. Esos caminos que antaño recorrió físicamente “la andariega” ahora los recorre su espíritu inquieto para visitar sus “palomarcicos” y a todas aquellas personas de buena voluntad que abran las puertas del alma para recibir el gozo de su aleteo divino. En palabras del Evangelio: “El viento sopla donde quiere y se oye su ruido, pero no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”.
Pero los primeros años de la Santa fueron algo parecido a un ligero susurro de aire para transformarse después, como en Pentecostés, en “un fragor como de viento que irrumpía impetuoso, y llenó toda la casa donde estaban”. Esas eran las formas de una Santa Teresa inundada por la gracia de Dios y su espíritu de misionar, de querer convertir, de aprisionar a todos en el corazón de Cristo. El siglo XVI español fue un preclaro ejemplo de santos, fue como una luminaria de fuegos artificiales que esparce su colorido fragor ante el gozo sorpresivo de cuantos contemplan el espectáculo. La santidad se transformó en un bien difusivo en España y a través de España a numerosas naciones de su influencia. Por eso, celebrar a Santa Teresa de Jesús no es sino poner de manifiesto hasta dónde puede alcanzar la gracia de Dios cuando de verdad se ama a este Nuestro Dios, que no es sino corresponder a Su amor, porque es preciso recordar que Él nos amó primero.