Me fui a ver el estreno de Un Dios prohibido. En un solo cine, para todo Madrid, oiga usted. Acudí al primer pase, 16,30 horas del domingo 16 de junio, y aunque comprendo que la hora no era buena, lo cierto es que la sala no había cubierto ni la mitad del aforo. Volvemos a lo mismo: demasiados católicos quejándonos de lo mal que van las cosas, de lo que se manipula la historia y la persecución religiosa de la II República, de los ancestros de Rubalcaba, Cayo Lara y el 15-M (socialistas, comunistas y anarquistas, para entendernos) pero, luego, cuando alguien se juega el pecunio para invertir en una película y un director, que pone todo el esfuerzo en narrar una historia real sobre cristofobia, una historia real y dramática a un tiempo, no nos rascamos el bolsillo. Hay que reconocer que los católicos tenemos lo que merecemos.

Un Dios prohibido trata del odio mas desaforado que puede sentir el hombre: el odio a Dios.

Trata de la crueldad con la que la democrática II República asesinaba, de unos perros enloquecidos por la sangre que ya sólo sabían matar, y trata de la actitud de los seguidores de Cristo, el Dios del Amor, que podríamos resumir de la siguiente forma: se necesita más valor para morir que para matar.

Los milicianos anarquistas de Barbastro asesinaron al obispo, a sacerdotes y seminaristas de la localidad oscense de Barbastro, por puro odio a Cristo; hechos reales espléndidamente dramatizados y todo ello con un presupuesto muy corto: 300.000 euros. Trata, también, de una España cristiana, donde miles de católicos fueron asesinados por su fe pero donde no se registraron casos de apostasía 'salvadora'. ¡Quién nos diera a los españoles de hoy una fe y un coraje como la de nuestros predecesores del 36!

Hemos tenido que esperar 75 años y 30 de democracia para que un extranjero -Roland Joffé- se atreviera a filmar la persecución religiosa en España, en Encontrarás Dragones. Y ahora, más de 80 para que otro director, Pablo Moreno, se atreva a narrar la cristofobia, el eje de la espantosa Guerra Civil Española.

Y, encima, el autor sabía de lo que hablaba: hablaba de odio y de perdón.

Eulogio López

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