El argumento de Tsotsi (que significa algo así como matón)  recuerda a la aclamada Ciudad de Dios, aquella película de Fernando Meirelles que nos acercaba al mundo de la delincuencia juvenil en un suburbio de Río de Janeiro. Eso sí, ahora el escenario es un barrio marginal de Johannesburgo (Sudáfrica). En este mísero enclave, en el que malviven más de un millón de personas, tiene su casa Tsotsi, un delincuente de 19 años al que una infancia dura, y desprovista de afecto, lo  han convertido en un ser frío y sin conciencia. Tsotsi es el cabecilla de una violenta banda que lleva a cabo todo tipo de golpes. Pero, en una de las solitarias escapadas de Tsotsi (a los barrios acomodados de la ciudad) roba un coche y en su  huída hiere gravemente a su propietaria. Al poco tiempo de haber cometido su fechoría, y mientras avanza velozmente por la carretera, Tsotsi escucha un llanto que sale de la parte trasera del automóvil. Sin pretenderlo, ha secuestrado a un bebé de tres meses

 

Este drama sudafricano (ganador del Oscar, de este año, en el apartado de mejor película de habla no inglesa) atrapa al espectador a pesar de la violencia y crudeza de sus primeras imágenes.  Y es que pocas veces se asiste, en una sala oscura, a un viaje psicológico como el que experimenta Tsotsi tras el encontronazo con ese bebé.  Pasa de ser un joven sin ninguna aspiración en la vida, que sólo pretende subsistir, a convertirse en un ser humano capaz de apreciar lo bello,  lo que merece realmente la pena

 

Inspirado en una novela de Athol Fugard, publicada en el año 1980, Tsotsi es, sobre todo, un relato de redención y de perdón.

 

Para: Adultos con sensibilidad que les gusten  los dramas serios que hablan de una segunda oportunidad.