Si un príncipe es una máquina de firmar, si su único cometido consiste en rubricar, lo mejor es que proclamemos la República presidencialista.

Si un juez debe ceñirse a aplicar la ley, y debe dejar su conciencia en el perchero, lo mejor es que suprimamos el derecho, dado que no podemos suprimir los litigios.

El gran Duque de Luxemburgo se ha negado a sancionar una ley en favor de la eutanasia. Le quieren castigar por ello, porque la plutocracia que gobierna el Gran Ducado, por millonaria es progresista y, por progresista, vendería su alma con tal de alcanzar el estatus de millonario. Luxemburgo tiene una razón para la existencia en Europa: es un paraíso fiscal que, como miembro de la Unión Europea, tiene una finalidad histórica: servir de refugio a los defraudadores elegantes de la Unión Europea (los vulgares trabajan con Gran Caimán).

En cualquier caso, bien por el Duque. A lo mejor, con ejemplos como el de SM la Reina Sofía en su libro con Pilar Urbano, valentía oscurecida por la cobardía de su esposo e hijos, dueños de la Casa Real, con gestos como el del Rey Balduino o como el del Gran Duque es posible que la aristocracia y la realeza vuelva a justificar su razón de ser, que no es otra que la de servir de ejemplo y referencia al pueblo.

El juez Francisco Ferrín ha llegado más allá que el Gran Duque. Ante un tribunal, se ha atrevido a pronunciar el nombre de Dios. Y ante un juicio inicuo, se ha atrevido a acusar al Tribunal. Eso es lo bueno que tienen las farsas, que se desmontan con un mínimo de sinceridad.

El Gran Duque y Ferrín son héroes y un poco mártires, porque -Juan Pablo II dixit- el martirio del siglo XX es la coherencia. Y mientras haya gente coherente, todo marcha.

El Gran Duque y Ferrín han hecho una cosa muy simple: han obrado en conciencia. A partir de ahí, cualquier revolución es posible.

Eulogio López

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