El aluvión de críticas que me llegaron por mi artículo titulado Sé que lo conseguiremos: acabemos con la Conferencia Episcopal (Hemeroteca, 12 de mayo) me hizo mantener un pudoroso silencio. Quizás el error es, como casi siempre, fonético. Es decir, para muchos católicos, criticar a la Conferencia Episcopal es tanto como criticar a los obispos. Y resulta que no lo es. Pero mi depre se ha curado de repente, justo cuando releía el Informe sobe la Fe, la conversación de Vittorio Messori con el entonces cardenal Ratzinger. Ya sabía que algún superior criterio al mío había dicho sus cositas sobre las conferencias episcopales. En la edición BAC Popular, página 68, aclara el Papa Benedicto XVI lo siguiente. El decidido impulso a la misión de los obispos se ha visto, en realidad, atenuado, o corre el riesgo de quedar sofocado, por la inserción de los obispos en conferencias episcopales, cada vez mas organizadas, con estructuras eclesiales a veces poco ágiles. No debemos olvidar que las Conferencias episcopales no tienen una base teológica, no forman parte de la estructura imprescindible de la Iglesia, tal y como la quiso Cristo; solamente tienen una función práctica.

Y lo que es más: las conferencias no pueden actuar en nombre de todos los obispos, a no ser que todos y cada uno hubieran dado su propio consentimiento Ninguna conferencia episcopal, tiene, en cuanto tal, una misión de enseñanza; sus documentos no tienen un valor específico, sino el valor del consenso que les es atribuido por cada obispo

Y por si no había quedado claro, remata Benedicto XVI: Se trata de salvaguardar la naturaleza misma de la Iglesia católica, que está basada en una estructura episcopal, no en una especie de federación de iglesias nacionales.

Y seguimos: en una conferencia episcopal, sucede también que la búsqueda del punto de encuentro entre las diversas tendencias, y el correspondiente esfuerzo de mediación, con frecuencia da lugar a argumentos achatados, en los que las posiciones concretas quedan atenuadas.

El ejemplo que aporta es significativo. En Alemania ya existía una conferencia episcopal durante los años 30, los del ascenso del nazismo tras las terribles, aunque democráticas, elecciones de 1933, que abrieron a Hitler el camino de la Cancillería. Pues bien, los documentos verdaderamente enérgicos contra el nazismo fueron los escritos individuales de algunos obispos intrépidos. En cambio, los de la conferencia resultaron un tanto descoloridos, demasiado débiles para lo que exigía la tragedia. Podría haber añadido : y el documento más duro, el primero, antes que el de ninguna sociedad judía, contra el nazismo provino también de un poder unipersonal, no colegiado : el del papa Pío XI y su encíclica condenatoria del nazismo Mit brennender Sorge, de marzo del 37.

Al lado del nuevo pontífice, creo que mi artículo era para ursulinas: Conozco obispos que confiesan en privado que si hubieran tenido que decidir ellos solos lo hubierana hecho de forma distinta a como lo hicieron en la conferencia. Al aceptar la ley del grupo, se evitaron el trago de pasar por aguafiestas, por atrasados o por poco abiertos.

Y, esto es lo más duro de todo, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, asevera: Es evidente que la verdad no puede ser creada como resultado de una votación. La verdad no se crea, se halla.

Reparen ustedes en que este modesto plumífero sólo pedía terminar con la Conferencia Episcopal Española. El actual pontífice pide más: pide que se modifique una forma de hacer y, coligo, deduzco o infiero y esto ya es de mi propia cosecha- que incluso está hablando de terminar con todas las conferencias episcopales, en su totalidad manifiesta, que diría el brillante, aunque sectario, Forges.

Eulogio López