El diario El País está como maravillado. Nada menos que 40 multimillonarios de Estado Unidos están dispuestos, oiga usted, a donar la mitad de su fortuna a los pobres.

¿No es como maravilloso? Otros muchos medios también se han hecho eco de la maravilla eclesial que revolucionará el mundo: el millonario generoso, la filantropía elevada a credo, la nueva religión de los potentados.

Esto de la alabanza a la riqueza es muy progresista. Lo primero que piensa un progre cuando contempla a un millonario es que se trata de un superhombre. El progre siempre ha sido calvinista: si los ricos son ricos es porque se lo merecen, y, en justa correspondencia, los pobres algo habrán pecado para verse reducidos a la miseria.

Sin embargo, el entusiasmo se diluye cuando uno empieza a examinar lo pormenores. En primer lugar, muchos de ellos legarán su fortuna cuando se mueran, no antes. Esto revela que aman más su prestigio, es decir, su vanidad, que a sus herederos y, me temo, el conjunto de la humanidad. De hecho, entre los conjurados por la caridad figura Ted Turner, Michael Bloomberg, el hombre de Oracle, Larry Ellison o el cineasta George Lucas. Todos ellos, por pura casualidad, conjurados para terminar con la raza humana, pues ellos y sus compañías son grandes portadores de fondos para abortar, sobre todo en el tercer mundo, siguiendo el primer mandamiento del millonario progresista: la medida más eficaz para terminar con la pobreza es terminar con los pobres, a ser posible antes de que nazcan, que es cuando no se resisten.

Pero los hay que incluso lo donará en vida, animados por las dos grandes fortunas norteamericanas: Bill Gates y Warren Buffet. La verdad es que se ahorran, en el peor de los casos, un 25%, pues Hacienda, en el mejor de los casos, se lleva un 50% de la renta, cuando no un buen pellizco del matrimonio.

A mí no me extraña que esos ricos se hayan vuelto filántropos. El trabajo más duro del afortunado consiste en mantener su fortuna a salvo del Fisco, la inflación y los pedigüeños. Para ello, nada mejor que la filantropía, nada mejor que crear una fundación que te permita lo siguiente: seguir siendo rico, alabar tu vanidad, reducir el número de seres humanos que habitan el planeta a la élite de donde nunca debió expandirse, ser admirado por muchos como un mecenas y, de paso, que deje de darte el peñazo el Fisco, la inflación y los pobres, que no hacen más que pedir.

Porque al final, el argumento definitivo es: ¿qué puedo comprar con 10.000 millones de euros que no pueda comprar con 1.000? Ser rico no sólo es aburrido: es peligroso.

Por lo demás, propongo a los de la nueva Iglesia de los millonarios, a los caritativos chicos de Bill Gates que en lugar de repartir fortuna repartan patrimonio en lugar de beneficios, activos. Eso sí sería pasar de la filantropía la caridad, o al menos, cruzar la frontera.

Por ejemplo, el señor Bill Gates debe olvidarse de su fundación: disolverla de inmediato repartiendo su patrimonio, las acciones de Microsoft entre sus empleados y clientes. Porque la propiedad privada es como estiércol: algo estupendo mientras esté bien repartido. De esta forma, se estará comportando, además, como un estupendo capitalista: no hará pública su propiedad  sino que reparta su propiedad privada.

Así se quedaría sin fortuna y podría volver a ser un emprendedor, que es lo divertido. Y, además, el Fisco dejaría de darles la lata y los pobres también. Entre otras cosas, porque muchos pobres dejarían de serlo.

La misma idea le prestó a Warren Buffet, el Oráculo de Omaha, el otro mentor del nuevo credo, sólo que en su caso resulta más necesario. Al menos, Gates lanzó el ordenador personal que ha resultado muy útil a la humanidad (su fomento del aborto, por contra, ha resultado poco útil) pero Buffet se ha dedicado a especular con títulos bursátiles. Y si los repartiera al menudeo, habría, además, un especulador menos en el mundo. ¡Genial, tío!

Y es que, como le recordaba el distributista Chesterton a su oponente, el socialista fabiano George B. Shaw: Ustedes quieren repartir la riqueza, nosotros queremos repartir el poder. Ésa es la clave: sólo los tontos buscan el dinero por el dinero; los inteligentes, buscan el dinero para obtener poder. Por eso, están dispuestos a distribuir su fortuna antes que su patrimonio, están dispuestos a ceder su riqueza mientras no disminuya un ápice su poder.

Dios nos libre de los filántropos, clamaba el precitado Chesterton. Hay que seguir encomendado tan estupenda intención.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com