Sr. Director:

Se suele señalar como "Estado fallido" al fracaso de los Estados sometidos a intereses extraños, por los que la ideología, la política, la economía e incluso la cultura adoptada no se ajustan a los legítimos valores del país y en ocasiones la incontrolable conflictividad provoca desintegradora anarquía.

 

Ningún partido político de peso ha advertido suficientemente acerca de este riesgo, ni tan solo en el mundo norte donde Grecia, Italia, Irlanda, España y Portugal ahora están incursos en profundas crisis. Tampoco en el "tercer mundo", debido que allí el pacto de silencio es requisito implícito para la política. En tanto los partidos de la izquierda internacional no se preocupan por superar el fenómeno: ellos ansían los Estados fallidos para lograr imponer su "voz de orden".

En el siglo XXI los Estados fallidos son como siempre numerosos, la novedad es que algunos de ellos están insertos en "el mundo desarrollado". Otros en localizaciones estratégicas diversas, combinando riquezas potenciales mal explotadas junto a pobreza, desorganización, perversión política y económica estimuladas por contraculturas inducidas. La constante en todos ellos es la corrupción.

De mantenerse este pervertido paradigma, ni siquiera bastará para La Argentina el hallazgo de "petróleo no convencional" divulgado en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires (57% coparticipado con Repsol, compañía española) debiéndose precisar que los resultados de factibilidad de explotación recién podrán ser confirmados dentro de dos años. Para cualquier "Estado eficiente" no alcanzan las buenas expectativas publicitadas con finalidades propagandísticas, sino que la revelación de "salvadoras oportunidades económicas" debería moderarse según el "criterio contable conservador": considerar las pérdidas ni bien se tenga conocimiento, en tanto que las ganancias solo cuando estén realizadas.

Este proceder significaría un retorno a la sensatez, tanto para La Argentina como para España, países que requieren inmediato reordenamiento productivo y financiero. Si así se hiciere, sus Estados y la fe pública... ¡en rescate!

Claudio Valdez