Una de las leyes de Parkinson aseguraba que la eficacia de un organismo público es inversamente proporcional al número de funcionarios que trabajan en él.

Y lo demostraba. Cuando el Imperio británico era eso, un señor imperio, el Ministerio de Ultramar inglés ocupaba una segunda plana en un viejo edificio de Whitehall. Cuando el Reino Unido no controlaba sino Gibraltar las Malvinas y Hong Kong, el Ministerio de las Colonias era un enorme edificio donde pululaban miles de funcionarios.

Por mi parte, sólo trabajé en un organismo público durante 35 días (lo mío era la Administración, está claro). Mi antecesor en el cargo se despidió de mí con las siguientes palabras, que no hubieran gustado nada al amigo Parkinson: Tu poder depende del número de funcionarios que tengas a tus órdenes. ¿Porque hacían mucho? No, porque esas nóminas tras las que respaldarse, tantas nóminas como seguros de vida.

Es lo malo que tienen las instituciones grandes: que son ingobernables e indeseables. Por eso, cuando oigo a Antonio Garrigues que la crisis global necesita soluciones globales sufro convulsiones entre la risa y el llanto. El abogado más famoso de España es un brillante hacedor de tópicos. De tópicos falsos, ciertamente, pero la melodía es buena. Tan bien, que sólo se combate con la prosa. Esta crisis global precisa de cualquier cosa menos de soluciones globales producto de muy globales instituciones. Porque las instituciones globales, como buenos ecónomos, tienen la característica de equivocarse todos a la vez y en la misma dirección.

Precisamente, esta crisis económica tiene mucho que ver con la pretendida gobernabilidad de la globalidad, sobre todo de los mercados financieros globales, que viven a cosa de muchos pequeños, con una economía donde la propiedad privada ha sido franquiciada por las instituciones de inversión colectiva y por las grandes multinacionales, en las que un reducido grupo de gestores no propietarios llevan a la ruina a millones de pequeños propietarios.

No, la solución a la crisis está en el polo opuesto a lo que señala el amigo Garrigues, en el viejo lema de lo pequeño es hermoso. Ya saben, la propiedad privada es como el estiércol: muy eficiente cuando está bien repartido. De la misma forma, las soluciones a la crisis global han de ser locales. Como siempre. Lo pequeño es que lo que asegura la libertad individual. Sencillamente.

Eulogio López

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