Menos mal que los madrileños contamos con el alcalde de Gallardón que nos ha escrito en aproximadamente unos ochenta idiomas la palabra paz, que si no no habríamos captado el verdadero significado del concepto. Los luminosos tienen su importancia.

Paz es, probablemente, el concepto más repetido en el mundo actual, y acaso compita por la medalla de oro de los grandes conceptos de la historia de la humanidad. Por tanto, y aunque reconociendo la formidable ayuda del corregidor de la Villa y Corte, seamos sinceros: ¿De qué hablamos cuado hablamos de Paz?

Es un concepto puñetero, con el que ocurre algo similar a lo que San Agustín decía del tiempo : Si me preguntan lo que es, no lo sé; si no me lo preguntan, lo sé.

Así que no perdamos el tiempo con definiciones, es decir, divagaciones propias de intelectuales y majaderos probablemente una reiteración- sino, sabedores de su valía, dediquémonos a saber cómo se conquista la paz. Al menos en lo que se refiere a la paz interior, madre de la exterior, que la una no es posible sin la otra, se consigue de una forma muy sencilla: en la presencia de Dios. Otra vez San Agustín: Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti. Para los que no creen en Dios, lo digo sin asomo de burla, lo siento, pero no tengo receta para lograr la paz.

La paz nos gusta porque se parece mucho a la felicidad. De hecho, casi sin darnos cuenta empleamos ambos términos como sinónimos, o al menos como dos realidades conexas. ¿Cómo conseguir la alegría? Pues con eso que los psicólogos llaman madurez, estado que alcanza, independiente de la edad aquel que deja de estar pendientes de sí mismo para pasar a estar pendiente de los demás. Esos son los dos grandes secretos de la paz y la alegría.

Ahora pasemos a eso que llaman paz exterior, que, como he dicho, no es más que una mera prolongación de la paz interior. Así, eso que hoy llamamos laicismo o alma laica no es algo bueno o malo, es simplemente el comienzo de la violencia. Desterrar a Dios de la vida pública no es ni bueno ni malo : es imposible. Y todo intento en esa dirección lleva de la mano a la violencia.

Pero como digo, la paz externa no es más que una prolongación de la paz personal. Y la presencia de Dios y el espíritu del servicio -qué cosa, los dos fenómenos olvidados de la sociedad actual- toma cuerpo social, e encarnan políticamente en la famosa frase de Juan Pablo II: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. O como ha dicho su sucesor, Benedicto XVI, en su manipulado discurso de Navidad, el hombre justo es el hombre santo, no el hombre rico. La justicia es mucho más que distribución de la riqueza, sin justicia, no es posible la paz.

Pero claro, estos sucintos comentarios no pueden compararse con los luminosos de Gallardón.

Eulogio López