Acaba de terminar la Guerra Civil española y al teniente de intendencia Mena le encargan preparar una cena, en el Hotel Palace, a la que acudirán el caudillo, Francisco Franco, y sus principales generales, acompañados de sus esposas. El primer problema que se encuentra, cuando habla con el meticuloso maître de ese hotel, es que los mejores cocineros de ese establecimiento están presos debido a que pertenecían al bando republicano. Cuando consiguen liberarlos para ese día, algo empieza a “cocerse” en las cocinas, además del exquisito menú.
Comedia satírica inspirada en la obra de teatro La cena de los generales, de José Luis Alonso de Santos que, a priori, partía de una idea ingeniosa pero que, al desarrollarse, llega a resultar demasiado histriónica por la excesiva carga ideológica que le imprime su director: el veterano Manuel Gómez Pereira.
Mario Casas y Alberto San Juan, perfectos en sus cometidos, encabezan el reparto coral de esta película que cinematográficamente fluye muy bien dado que hay un director con veteranía. Donde naufraga es en la tremenda carga ideológica que imprime a los personajes, donde los integrantes del bando nacional o son psicópatas como el capitán falangista encarnado por el actor vasco Asier Etxeandia, o son chivatos, como los camareros de derechas del hotel. Por el contrario, los cocineros liberados y sus familiares son estupendas y honradas personas que se merecen escapar a su trágica suerte. La película juega a la farsa y, evidentemente, en la figura de Franco había elementos, por su voz atiplada y su físico (el mote de “Paquita, la culona” lo repiten varias veces), a hacer el chiste fácil y algo pueril, porque de ese humor hay mucho en este film (como cuando en la sopa, le añaden un ingrediente no muy corriente…)
Pero falta humor inteligente, como ocurre en la última imagen de la película, que esa sí está conseguida y bebe en clásicos como Ser o no ser, del maestro de la comedia Ernest Lubitsch.
Una precisión: en la película acusan a los camareros de derechas de ser unos chivatos y de denunciar a sus compañeros cocineros de izquierdas. En la vida real, en el caso de Madrid, durante la dominación de la República, los mayores “chivatos” fueron conserjes de casas de barrios pudientes, como Salamanca, que denunciaron a los señores de su casa por ser ricos o, simplemente, católicos.
Para: gente que se crea la versión actual de los hechos ocurridos en la Guerra Civil