La dos leyes del aborto españolas, la de Felipe González en 1985 y la de Rodríguez Zapatero en 2010, se perpetraron un mismo día, mismo día, el 5 de julio... aunque con 25 años de distancia.

Para algunos, por ejemplo para la superficial Soraya Sáenz de Santamaría, la primera, ley de supuestos (peligro para la salud física o psíquica de la madre, malformación y violación) era la buena mientras que la de Zapatero, aborto libre hasta las 22 semanas, era la mala.

La verdad es que las dos eran repugnantes: con la de Felipe González, el miedo -supuestos de peligro para la salud psíquica de la madre- se convirtió en un coladero para desaprensivas: "Doctor, hágame el aborto o me deprimiré mucho". Es más, no sé con cual de las dos me quedo. Lo mejor: con ninguna.

Es verdad que el aborto se ha impuesto socialmente y que los provida no dejan de constituir esa minoría peligrosa a la que ya ni tan siquiera la Iglesia Católica hace caso. 

Pero debería, porque mientras el aborto siga vigente toda la sociedad está podrida.