La vuelta del verano pinta del color hormiga -como el fondo de la imagen- para la ya débil economía de la zona euro. Según Christine Lagarde, la eurozona frenará su crecimiento en el tercer trimestre, principalmente por el impacto de los aranceles acordados con EEUU y porque las exportaciones se normalizarán tras acelerarse durante la primera mitad del año, precisamente para anticiparse a esa subida de aranceles.
“Se espera que el crecimiento se desacelere en el tercer trimestre a medida que esta anticipación se vaya diluyendo”, afirmó Lagarde este miércoles en el Consejo Empresarial Internacional del Fondo Económico Mundial.
No son buenas noticias, desde luego, y ponen a la eurozona al borde de la recesión, ya que su PIB sólo creció un 0,1% en el segundo trimestre. Si se frena entrará en terreno negativo.
Lagarde culpa a los aranceles pactados con EEUU, pero lo cierto es que la economía europea lleva años renqueante, con claros síntomas de debilidad desde que Alemania, otrora locomotora europea, renunciara a la energía nuclear, es decir, a su autonomía energética, y se lanzara en brazos del gas ruso.
En un plano más general, la economía de la zona euro se está ahogando por la burocracia y el exceso de regulación, por no hablar de las políticas medioambientales que están llevando a la ruina a los agricultores.
¿De verdad que la culpa la tienen sólo los aranceles -además pactados- de EEUU?
Por cierto, en este contexto, es muy probable que el cohete español siga creciendo más que la media europea, pero seguirá siendo un espejismo porque es crecimiento basado en gasto público, que no crea riqueza sino que aumenta la deuda, y en el aumento de la población inmigrante.
Sea como fuere, una cosa es el crecimiento del PIB de España y otra bien distinta, el crecimiento del PIB per cápita, de los españoles que sólo ha subido un 0,1% desde que Sánchez vive en La Moncloa. Y los alimentos, por las nubes, un 38% más caros.