Durante los últimos dos años, la alianza entre Microsoft y OpenAI (ChatGPT) ha sido el idilio más rentable de Silicon Valley. Microsoft llegó al 49% de OpenAI y disparó su valoración bursátil a cotas históricas bajo la promesa de un acceso exclusivo a la inteligencia artificial líder en el mundo, pero la semana pasada OpenAI firmó un acuerdo de $38 mil millones y siete años para utilizar la nube de Amazon (AWS) lo cual hizo temblar el Nasdaq y provocó que las acciones de Microsoft registraran una caída entre el 2% y el 6.1%, reflejando la ansiedad de los inversores ante el fin de la exclusividad. Lo que estamos viendo no es sólo la disputa de proveedores de cloud, sino una auténtica emancipación estratégica de la joya de la corona de la IA.
Aunque la alianza Microsoft-OpenAI se ha vendido como una co-propiedad, la realidad es más compleja, aunque la creencia popular sitúa el control económico de Microsoft en torno al 49%, tras la reestructuración de OpenAI a una Public Benefit Corporation (PBC) en 2025, la participación económica de Microsoft se bajó al 27%, y esto permitió a su CEO -Sam Altman-, y a la Fundación OpenAI tener autonomía para decidir a quién le alquilan los servidores.
El movimiento clave no fue la firma con Amazon, sino la claudicación de Microsoft: la reciente negociación eliminó el "Derecho de Primera Negativa" (ROFR) que Microsoft tenía sobre las futuras compras por parte de OpenAI. Al ceder este poder de veto, Microsoft, si bien conserva el rol de socio principal y el derecho de propiedad intelectual exclusivo sobre ciertas integraciones en la nube de Microsoft, Azure, ha transformado su estatus de "tutor exclusivo" a "inversor principal” y socio ancla.
La mudanza parcial a AWS es, ante todo, un imperativo de ingeniería. La ambición de OpenAI por desarrollar la Inteligencia Artificial General (AGI) exige una enorme infraestructura de computación. Su plan de expansión global en infraestructura se estima en cerca de $1,4 billones a largo plazo. Ningún proveedor, ni siquiera Microsoft Azure, puede garantizar la ingente cantidad de chips y la capacidad que exige.
La diversificación mejora la gestión de riesgo y la capacidad de negociación de OpenAI (ChatGPT). Al comprometerse no sólo con Azure ($250.000 millones en compras futuras)9, sino también con AWS ($38.000 millones) y con otros proveedores, como Oracle1, OpenAI se asegura el suministro de la "materia prima" esencial -la capacidad de computación-, mitiga cuellos de botella y optimiza sus costes a largo plazo. Es un acto de realpolitik empresarial: la entidad más influyente de la década está forzando a los gigantes de la nube a competir por albergar su carga de trabajo. Además, esta resiliencia operativa es fundamental para preparar el terreno ante una futura salida a bolsa.
Para Microsoft, el revés es más simbólico que fatal, pero toca una fibra sensible en el mercado. Su caída bursátil de esta semana no se debe solo a la pérdida de exclusividad, sino a la ansiedad que genera el descomunal Gasto de Capital (CapEx) que está invirtiendo en infraestructura de IA. El mercado castiga el fin de la exclusividad de ChatGPT en su nube, mientras cuestiona el ritmo y el retorno de la inversión. La relación entre ambas está en entredicho, Microsoft conserva su pobre Copilot, mientras que OpenAI ha asegurado la independencia operativa para seguir su propia hoja de ruta en busca del Dorado, más conocido como AGI (Inteligencia Artificial General). En este nuevo mapa geopolítico de la Nube, la pregunta ya no es quién gana más sino quién manda menos.