Se habla mucho del coronavirus y desgraciadamente se habla para dar malas noticias o como parte interesada desde la política. Muchos son los que han perdido la vida, personas de todas las edades y condición. Todos abandonados en un azar de muerte solitaria y muy especialmente nuestros mayores, como ya escribí.

La verdad es que no me atrevo a dar cifras porque quien las tiene que dar oficialmente está desacreditado por tantos y tantos renuncios. Han sido denunciados en medios públicos y no solo en España, también en la prensa internacional, que tratan a este Gobierno como un auténtico fiasco de falsedades y resultados de control pandémico, así como la de regar ciertos pesebres con dinero que no tiene y que sin embargo, pretende que el Banco Central Europeo les pongan las cuentas en negro.

Esta vez hablaré de los enfermos, porque un servidor lo ha vivido en primera persona y he visto lo que supone una enfermedad grave y los efectos que pueden suponer para el espíritu. También lo conté en su momento. Pero desde el punto de vista del ciudadano enfermo, desvalido, impotente y de cómo es tratado por los máximos responsables del Gobierno, no lo he hecho todavía y ya es hora.

Un cuadro básico de referencia de quienes pretenden salvarnos la vida de la pandemia, puede ayudarnos mucho a comprender mejor por qué sucede lo que sucede. Tenemos un presidente cuyo objetivo es el poder, vivir del placer de un avión privado a la puerta y una paga vitalicia; también contamos con un vicepresidente cuyo objetivo es el poder desde la manipulación sin aportar soluciones; un ministro de Sanidad que pretende protegernos desde Platón y que desconoce cualquier trámite médico, ya sea en la práctica o en la gestión administrativa; un ministro del Interior sectario que hace uso del poder que le otorga el estado de alarma para neutralizar o negar derechos civiles amparados en la Constitución; otro ministro, el de Fomento, a quien desde el caso Delcy’ nadie cree y sólo impone su argumentación desde el tono chulesco que le caracteriza y el poder que le da su cargo; y por último, una vicepresidenta que impulsó una de las mayores concentraciones de mujeres al grito de ¡Nos va la vida en ello! Esta es la cuádriga que tira del carro, que además reconoce que no tienen plan B mientras multitud de ciudadanos -cada vez menos– salen a las 20 horas de cada día a aplaudir a los balcones. Aplausos que el Gobierno ha embargado para su propia vanagloria aunque estén dirigidos a los sanitarios.

En mis primeros días de hospital, estuve cuidado por parte del personal sanitario -médicos, enfermeras, celadoras y limpiadoras- tan amablemente, con tanto talante humano y con tal alegría, que sin duda era parte de la medicina que a cada uno de los enfermos nos correspondía de día y de noche

Los sanitarios son héroes. Sí, es verdad que lo son porque la mayoría de ellos van protegidos con bolsas de basura, guantes que tienen que reciclar porque no tienen para reponer y usan máscaras de protección facial hechas en casa con las carpetas de los deberes de sus hijos. Son héroes en generosidad porque nadie arriesgaría su vida con material tan deficiente. El resultado no se ha hecho esperar, ya que en algunas provincias como en Cádiz, hay más sanitarios infectados que pacientes… También es cierto que no han sido los únicos héroes que han dado su tiempo y trabajo para que la sociedad no pereciese de pandemia e inanición. El personal de los servicios de alimentación, farmacias, transportistas, las fuerzas de orden, el ejército y algunos más han puesto entera su profesionalidad al servicio de la sociedad.

En mis primeros días de hospital, estuve cuidado por parte del personal sanitario -médicos, enfermeras, celadoras y limpiadoras- tan amablemente, con tanto talante humano y con tal alegría, que sin duda era parte de la medicina que a cada uno de los enfermos nos correspondía de día y de noche. Sólo puedo dar las gracias a todos ellos. Especialmente, no porque hagan su trabajo, sino porque a pesar de las condiciones en las que trabajaban, seguían todos al pie del cañón. Durante los primeros días, solo tenía fuerza para agradecer y a veces ni eso. Me dejaba hacer sin fuerzas para nada, porque entre otras cosas, perdí el apetito y apenas comía un yogurt diario y media pieza de fruta. Sin embargo, en la medida en que mi salud se restauraba, comencé a comer y a disfrutar de la comida porque estaba muy bien cocinada. No era la típica comida de hospital insípida e inodora. Tanto era así, que en mi despedida general quise dar las gracias también a “los trabajadores invisibles de la cocina que trabajan tanto y tan bien”.

Pablo Iglesias, ese que se adjudicó personalmente por puro postureo la actuación y gestión de las residencias de ancianos. Pues ni siquiera ha visitado ni una sola casa de estas donde morían y aparcaban los féretros en batería

Pero de los desprecios, que todos, cada uno en su medida, me duelen especialmente han sido los de los políticos que, excepto la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde del Ayuntamiento de Madrid, no hayan visitado los hospitales. Por ejemplo, el ministro de Sanidad no ha pisado ni un solo centro de salud, nada de nada, y debe ser porque tal actitud no coincide con su filosofía… Tampoco lo ha hecho Pablo Iglesias, ese que se adjudicó personalmente por puro postureo la actuación y gestión de las residencias de ancianos. Pues ni siquiera ha visitado ni una sola casa de estas donde morían y aparcaban los féretros en batería y que cuando el presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia pedía al Gobierno medicamentos para tratar a sus residentes, solo les enviaban morfina y sedación... El presidente Sánchez podría haber ido a visitar una de las gestas más grandes que se han dado en estos días: la construcción del hospital de campaña en IFEMA, cuyo montaje se hizo en menos de una semana y todo el sistema de alimentación de oxígeno se hizo en tres días por voluntarios, y no ha tenido ni una palabra de afecto, agradecimiento o mérito para ellos, ¿saben por qué? Porque sería dar bueno algo que ha hecho el partido de la oposición… Y claro, qué decir de la pobre primera vicepresidenta, la que dice que el feminismo lo inventó el PSOE, contagiada en la manifestación del 8M, con sus guantes morados y la gorrita escocesa a juego, que sin quererlo terminó en uno de los hospitales privados más reputados de Madrid para curar su infección. Nadie, ninguno ha salido a conocer el mundo real, aunque, eso sí, la cuarentenas que les correspondían se las han saltado cuando ellos han querido.

Por último, quiero hacerme eco de un estupendo artículo en el que nos cuenta que el coronavirus ha aumentado la fe de 1 de cada 3 cristianos y no ha debilitado la de casi nadie, porque los planes de Dios son raros, -hasta los planes buenos lo son- y nunca nos abandona. Somos nosotros quienes lo hacemos y nos vamos de la Casa del Padre, a malgastar la saca de la herencia. Pero sabemos y debemos hacerlo saber, que siempre el camino a casa está disponible aunque la decisión la tomamos cada uno de nosotros…

Educar en la gratitud (Palabra) de Jeffrey J. Froh, Giacomo Bono. A lo largo de los últimos años, diversos estudios científicos han demostrado que la gratitud es una de las emociones y virtudes más valiosas e importantes."De las virtudes claves para tener éxito en la vida satisfactoria, la que con más frecuencia se olvida en el mundo de la educación es la gratitud. Los autores nos han proporcionado una valiosa guía llena de convincentes ejemplos y basada en las investigaciones más novedosas". William Damon, profesor de educación en la Universidad de Standford y director del Centro sobre Adolescencia de Standford.

Por qué debemos considerarnos cristianos (Encuentro) de Marcello Pera. En este libro, Marcello Pera refuta todos las correcciones políticas que entierran al cristianismo europeo y lo hace desde una posición laica y liberal, que se dirige al cristianismo para pedirle las razones de la esperanza. No se trata de conversiones o iluminaciones o arrepentimientos, sino de cultivar una fe (no existe otra expresión adecuada) en los valores y principios que caracterizan a nuestra civilización,

El sufrimiento: un camino a la plenitud (Grafite) de Laureano J. Benítez Grande-Caballero. La verdadera sabiduría del sufrimiento radica en encontrar su sentido, ya que lo peor del sufrimiento no es el dolor en sí, sino sufrir sin saber por qué ni para qué. Si partimos del hecho de que el sufrimiento es algo constitutito de la vida humana, encontrar el sentido del dolor nos lleva a interrogarnos sobre el sentido de la misma vida humana.