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Esta semana me han contado una anécdota que me ha dejado francamente intranquilo. Por lo visto, un señor decía que no creía en el martirio, que la gente no muere por la fe. Que lo que pasa es que no les queda más remedio y que eso la Iglesia lo utiliza a su favor. Bueno, es una opinión muy general que ya había escuchado en diferentes personas, pero en esta ocasión era la primera vez que lo oía de un sacerdote. Creo que el problema está en que era un sacerdote de poca fe, o ninguna.
Superado este trance y motivo de escándalo, que evité encomendándole, me gustaría hablar de lo contrario, de que la fe sí sirve para morir por Dios y dar la vida por Él, que no se trata de una engañifa y que hoy siguen existiendo mártires, ¿o hay alguien tan tonto, que quizá piensa que los cristianos de Medioriente, India, Pakistán o China, son unos lerdos que no saben apostatar a tiempo de que los maten o les encarcelen de por vida?
Es verdad que en occidente no mueren por hordas humanas, enloquecidas por fundamentalismos encendidos o por odios anticlericales. Pero sorprenderé a muchos, incluido a este pobre clérigo, que gracias a Dios también hay cristianos que mueren en su día a día por cumplir por amor los planes de Dios, por raros, torcidos e incomprensibles que sean. Al final de nuestra vida será el camino recorrido el que contará de nosotros lo que hemos sido. Y -esto lo pienso yo-, tenemos una gracia especial sobrenatural, por la que se nos concederá la visión de nuestra vida. De cuántas veces torcimos el camino que nos tenía el Señor preparado, para hacer lo que nosotros queríamos por miedo, comodidad, egoísmo, soberbia o vanidad.
He terminado de leer recientemente Chema Postigo. El hombre que hizo volar su corazón (Palabra) Jaume Figa Vaello, y lo he hecho por una razón fundamental: porque fui amigo suyo personal y sé que es precisamente uno de esos que se empeñó en seguir el camino de los planes que Dios tenía para él. Planes nada fáciles, muy dolorosos, tremendamente generosos y que dejó una impronta en el mundo, a juzgar por los funerales que se celebraron, uno en Barcelona -lugar donde residió desde que se casara- con más de 4.000 personas en la Catedral del Mar y otro en Madrid en San Francisco de Borja con otras 3.000. Chema fue el quinto hijo de catorce hermanos, asumió el papel de padre antes de cumplir los 20, tuvo un accidente de tráfico -porque un autobús lo envistió-, sufrió una depresión de años, se casó y tuvo dieciocho hijos de los que tres le precedieron en el cielo. Sufrió dolores casi toda su vida por el famoso accidente del que hemos hablado y murió con 56 años el 8 de marzo de 2017. Además, extendió por Europa, América y África la labor que inició su suegro de fomentar la formación de las familias por todo el mundo. Y todo esto... ¡Sonriendo! Dejando al final de su vida una larga estela de amigos enamorados, que los que le conocimos recordamos con algo más que cariño. Fue fiel, atento, pendiente de lo que nos pasaba. Era el único que durante años -y como a mi todos los que le conocieron- que felicitaba siempre por el cumpleaños y el aniversario de boda, pero no el típico mensajito enlatado que se nota, no. Un mensaje dedicado, que preguntaba por tus cosas y cosas que posiblemente solo sabía él, porque solo tú se lo habías contado. En el trabajo, en la familia, en sus relaciones sociales no dejó ni un solo "enemigo". Así son los santos de occidente. Pocos hemos conocido a un santo de carne y hueso, que te haya afectado de manera directa. Yo soy un afortunado. Realmente todos los que ahora sepan de él también serán afortunados.
La fe, es esa cosa que cuesta ver y tocar, porque quizá la buscamos en todo aquello que nos rodea. Y cuántas veces decimos ser almas de fe, pero es una fe funcional, sí yo creo en Dios y en la Virgen y todo eso…
En este otro caso, una mujer madura, de cierta edad, decía que es una injusticia que la gente joven muera. ¿Una injusticia para quién? Para quien se va derechito al cielo, como Chema, o para los que se quedan solos en la tierra. Mire usted, señora, Dios solo coge frutos maduros. Y si no madura tu alma a tiempo, lo hará tu cuerpo. Dios sabe bien lo que cada uno da en su vida y hasta qué punto estamos listos para el abrazo eterno. Hay gente santa muy joven, Chema lo era, pero también lo fue Santa Teresita de Lisieux que murió con 24 años y te lo cuenta Secundino Pérez Treceño en Historia de un alma (Buena Nueva) y si con estos ejemplos no son suficientes, en Al cielo con calcetines cortos (San Román) el profesor Javier Paredes también te cuenta unos cuantos casos que te sorprenderán, o mejor, te servirán para llegar mejor a Él.
La fe, es esa cosa que cuesta ver y tocar, porque quizá la buscamos en todo aquello que nos rodea. Y cuántas veces decimos ser almas de fe, pero es una fe funcional, sí yo creo en Dios y en la Virgen y todo eso… Hasta que toca ver la mano de Dios en el dolor, en el propio o en el ajeno, en la pobreza sobrevenida, en la traición del amigo o el desamor en la familia. Entonces la fe de verdad se pone a prueba, y nosotros con ella.
El martirio llamativo está muy bien, porque como digo es llamativo y sirve –ha servido por generaciones- a otros muchos al ver su ejemplo. Pero hoy tenemos que elevarnos y conocer los pellizcos del día a día en la vida cotidiana. Desde muy pequeño me llamó la atención esta reflexión de san Josemaría: ¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! -Piensa, entonces, qué es lo más heroico. (Punto 204, Camino) Da mucho qué pensar. Quizá nuestro cura descreído, todavía no lo conoce.