Seis de diciembre, día de la Constitución. El problema es que la Constitución del 78 no basta para evitar la Guerra Civil. Sí, no ha estallado pero vivimos en un ambiente de resentimiento guerracivilista, acentuado desde que nos gobierna el Frente Popular de socialistas, comunistas y nacionalistas.

Las ideas no cambian, las ideas se repiten una y otra vez a lo largo de los siglos... afortunadamente. Si la historia parece un cambio continuo se debe a la libertad del hombre, porque con cada hombre empieza la historia. Cada hombre debe elegir entre el bien y el mal. El resto no es más que la burbuja de la pedantería humana, esa que ha creado la figura del intelectual y otras fruslerías, aunque también es verdad que los periodistas nos divertimos un montón elevando a los intelectuales orgánicos de cada momento y olvidándonos de ellos a la vuelta de una década. Especialmente, en el periodismo español, un país donde la mitificación está tan arraigada como la iconoclasia.

Las ideas no cambian, lo que cambia es el hombre, que acepta los principios primeros o se disuelve en el aburrimiento y en la melancolía

Otrosí: la originalidad no consiste en decir algo nuevo, porque no hay nada nuevo bajo el sol. La originalidad consiste, como su mismo nombre indica, en ir al origen. 

Ejemplo, percibo hoy, en los ambientes periodísticos españoles, una resistencia curiosa, debe ser por el día de la Constitución, a aceptar, ni tan siquiera como hipótesis, la existencia de Dios al tiempo que se busca desesperadamente un sentido para nuestra propia existencia. Lógico, sin Dios, la vida, en verdad, no tiene sentido alguno. En los ambientes periodísticos está mal visto hablar de Dios pero es común referirse a una especie de teología atea.

Hablo de un tipo de agnóstico que me recuerda mucho al brillante George Bernard Shaw, el socialista fabiano inglés -bueno, irlandés-, un tipo paralelo a nuestro Valle Inclán pero con un grave defecto que no poseía el español: era abstemio y vegetariano.

Pues bien, Shaw negaba a Dios, pero sobre todo negaba la acción de Dios que tanto anhelaba. La verdad es que ningún ser inteligente puede ser ateo, porque no hay manera de entender el mundo si prescindimos del Creador del mundo. Como no hay manera de entender a España si olvidamos que el mayor defecto del español es el rencor, miseria imperecedera. Contra el rencor, dice el cínico, sólo cabe la amnesia.

A fin de cuentas, otra de las originalidades del ser pensante llamado hombre consiste en que no podemos concebir un universo sin un origen. Desde Aristóteles sabemos que ni el mundo ni el hombre pueden dar razón de su existencia, y aquella existencia pre-existente, es a la que el amigo Aristóteles llamó Dios.

Esto es especialmente cierto en tantos periodistas y políticos españoles que intentan convertir la Constitución en su Dios y ya se sabe que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. 

La originalidad no consiste en decir algo nuevo, porque no hay nada nuevo bajo el sol, la originalidad consiste, como su mismo nombre indica, en ir al origen

El Día de la Constitución me recuerda la polémica ente Shaw y Chesterton, hace ahora ya 110 años, en la página de la prensa británica del momento. Shaw negaba la teoría de los milagros, que supone la aceptación de la existencia de Dios y su presencia en el mundo, y la respuesta de Chesterton fue, como siempre, en vía paralela, línea que, de repente, torcía a la izquierda y se hendía en las entrañas del adversario: "la doctrina católica sobre el milagro defiende que la fuerza más poderosa del universo no es la ley natural sino la voluntad de Dios, que es la buena voluntad; la voluntad del hombre es similar pero muchísimo más débil". Algo parecido a decir esto: Shaw era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que negar a Dios es una estupidez sublime, por lo que entre inclinarse ante el padre Eterno o ante la democracia surgida de la Constitución de 1978, algunos se inclinan ante la Carta Magna. ¡Y se llevan cada chasco!

Dicho de otro modo: la Constitución de 1978 no basta para la plena realización del hombre. Ergo, la política tampoco. Se necesita algo más. 

En cualquier caso, colegas periodistas, creedme: la Constitución no hace milagros. 

No, la Carta Magna no evitará la Guerra Civil. Los españoles necesitamos a Cristo y por Cristo, ser capaces de perdonar. A día de hoy, aún no somos capaces.