Sr. Director:
De tanto hablar de igualdad parece que la desigualdad es una injusticia. Sin embargo, casi siempre, la injusticia está en imponer la igualdad, y además por Ley, lo que eleva este tema a la categoría de estupidez. Mire a su alrededor y observa si hay dos cosas, personas o bichos iguales.

 

Igualdad en la Iglesia. Una vez bautizados, todos los hombres y mujeres somos iguales ante Dios porque somos hijos del mismo Padre. 

Todos participamos por igual de una común dignidad, libertad y responsabilidad. En la Iglesia existe esa radical unidad fundamental, que enseñaba San Pablo a los primeros cristianos: ya no hay distinción de judío, ni griego; ni de siervo, ni libre; ni tampoco de hombre, ni mujer. En cuanto cristianos y ante Dios, no media diferencia alguna entre el Papa y el último que se incorpora a la Iglesia.

Posiblemente sea en la Iglesia de Cristo donde antes se reconoció la igualdad y dignidad entre todos los cristianos fuesen hombres, mujeres o niños, cualquier que fuese su color.

La igualdad esencial entre el hombre y la mujer exige precisamente que se sepa captar a la vez el papel complementario de uno y otro en la edificación de la Iglesia y en el progreso de la sociedad civil: porque no en vano los creó Dios diferentes, hombre y mujer.

Incluso el apostolado de los seglares no tiene por qué ser siempre una simple participación en el apostolado jerárquico: a ellos les compete el deber de hacer apostolado. Y esto no porque reciban una misión canónica, sino porque son parte de la Iglesia; esa misión pueden realizarla también los seglares a través de su profesión, de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos.

La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad (añadían o muerte en la Revolución Francesa) no significan lo mismo en el cristianismo que en la actual progresía radical: la gran diferencia es que Cristo las basaba en el amor y los progres en la lucha de clase, en el odio y en el rencor. Con el cuento de vivir mejor en el futuro y en la tierra han sacrificado millones de vidas en el presente, terminando en el fracaso más absoluto.

La perfecta igualdad la instauró Cristo cuando dijo Que no sea a sí entre vosotros, antes bien, el mayor sea igual al pequeño y el que gobierna como el que obedece. En el Padrenuestro nos considera a todos hermanos e iguales como hijos del mismo padre.

Sin embargo vemos que dentro de las tareas de la Iglesia los hombres tienen unas tareas distintas que las mujeres, pero esas tareas como el sacerdocio ¿son privilegios? Ningún privilegio ha sido mayor que el de ser madre de Dios, tarea que correspondió a María, una mujer. Las diferencias existentes no constituyen dogmas, y el día que el Papa considere bueno cambiarlas, nuestra obligación será aceptarlas sin discusión.

Recordemos las palabras de Cristo a Pedro: Tú eres Pedro y sobre esta piedra Yo edificaré mi Iglesia. Lo que tú ates en la tierra será atado en el cielo y lo que desates será desatado. O sea, lo que legisle el Papa, será aceptado en el cielo. Y tras dos mil años de historia el Papa no se ha equivocado jamás en cuestiones de doctrina o moral. Por tanto, igualdad en lo fundamental; desigualdad en lo accesorio.

En el mundo, lo normal, con muy pocas excepciones, es la desigualdad en todos los terrenos -menos para ZP-. Cosa que no hay que demostrar porque lo ven hasta los ciegos.

Alejo Fernández Pérez