Ya no será Bambi ni Mr. Bean: a partir de ahora es Zapatero I "el Humilde". Es más, el análisis político reclama conocimientos catequéticos acerca de la virtud que se opone al primero de los pecados capitales: la soberbia. ¡Lo que vamos a aprender todos!

Dice Clive S. Lewis que la humildad no son hombres inteligentes intentando convencerse de que son tontos o mujeres hermosas empeñadas en sentirse feas. Humildad, insiste, es que un hombre haya hecho la más bella catedral del mundo y se sienta tan orgulloso como si lo hubiera hecho otro. Humildad, para Lewis, sería olvido de sí mismo, un no tomar demasiado en serio.

Además, puede añadirse que al soberbio no se le descubre en la vanidad. Es más: Ortega y Gasset decía que los franceses eran vanidosos, mientras los españoles somos soberbios. Entre otras cosas, llegaba a tan rotunda afirmación porque el soberbio está preferentemente pendiente de sí mismo, no de los demás, y porque el vanidoso, al menos, intenta agradar al otro, aunque sólo sea para recibir el consiguiente parabién. 

Es más, al soberbio se le distingue siempre en dos actitudes: la susceptibilidad y el resentimiento. El soberbio es un autocrítico feroz, siempre alerta para denunciar sus propios errores... sobre todo porque, de otra forma, podría suceder lo que más teme: que sea otro quien interponga la más mínima crítica a su persona o a su quehacer. El soberbio es, además, un personaje tan pagano de sí mismo que jamás olvida una ofensa o una simple crítica, por muy constructiva que ésta sea.

Y todo se resume en la famosa frase de nuestra Santa Teresa de Ávila: "La humildad es la verdad". No es necesario que nos despreciemos a nosotros mismos: siempre tendremos más miseria de la que alardeamos cuando nos golpeamos el pecho.

Ahora bien, la idea que Zapatero tiene de la humildad es más primaria. Considera que ser humilde es ser "humildillo", no levantar la voz. Una actitud que, en ocasiones, puede rozar lo mezquino o lo pusilánime. Digamos que para el nuevo presidente del Gobierno la humildad es cierta buena educación y ciertas buenas maneras.

Por de pronto, nuestro humilde Zapatero incurre contra la  definición teresiana al empeñarse en la mentira gorda de que no ha alcanzado la Presidencia gracias al feroz atentado del 11-M, sino a los deseos de cambio de la ciudadanía. Su compañera de fatigas, Trinidad Jiménez, da un paso más y advierte que 24 horas antes del atroz atentado (¡justo 24 horas antes!) ya tenían una encuesta que les daba ganador. La tal encuesta no aparece por parte alguna. Las que sí constan son la pléyade de encuestas realizados por los medios informativos seis, cinco o cuatro días antes del asesinato colectivo. No mientas Zapatero. Tú no eres responsable de ello, naturalmente, pero a ti te ha hecho presidente Ben Laden. Humildad, amigo mío, ante todo humildad.

Y la humillad tampoco puede ser cobardía. Es más, la humildad supone el coraje de enfrentarse a uno mismo, toda una epopeya. Porque insisto: el mayor problema es el que se ha encargado de recordarnos el ministro británico de Exteriores, Jack Straw, para quien "nadie está protegido del terrorismo de Al Qaeda, se haya opuesto o no la la intervención en Iraq". Es más, ahora Ben Laden (o quien sea, no hay por qué centralizar en él todo el magma del terrorismo islámico o hindú, que empieza a agitarse) sabe que el terrorismo funciona, que ya ha conseguido cambiar un Gobierno en una democracia occidental y que el nuevo presidente retorne las tropas de Iraq. En buena lógica, ahora le tocaría el turno a Reino Unido, que tiene elecciones el año próximo, y luego a cualquier otro país enemigo, es decir, todo Occidente.

Así que de la mano de la humildad institucional, nos encaminamos hacia un panorama espléndido. Veamos: en primer lugar, la humildad no parece incompatible con la venganza. La actitud de Zapatero, y sobre todo de su entorno, hacia José María Aznar y hacia el director de Informativos de la televisión pública, Alfredo Urdaci, es la de hacer leña del árbol caído.

Su entorno es, ante todo, el grupo periodístico de Jesús Polanco. Es más, nada más hablar de humildad, el consejero delegado de Prisa, Juan Luis Cebrián, jefe de los POP (Profesionales de Odio Progre), se dio por aludido y lanzó una diatriba contra el árbol caído llamado Aznar, mientras sus subordinados se encargaban de masacrar a Alfredo Urdaci, centro de una campaña de linchamiento moral a través de Internet y los móviles, principalmente, pero a la que la Cadena Ser y El País se han sumado con gusto. Es cierto que Aznar nos metió en una guerra injusta y es cierto que Urdaci ha manipulado la información en televisión, pero siempre resulta gratificante contemplar a los POP pisar la cola del león después de muerto. Otro rasgo de humildad, supongo.

Dice El Mundo que el mundo cultural está eufórico. Hombre no. Quien está eufórico con el triunfo de Zapatero "el Humilde" es la farándula, que es cosa bien distinta. Porque a este paso, va a resultar que el arquetipo de la cultura hispánica es David Bisbal. Y es lógico que estén contentos: Cantantes, actrices y otros prominentes miembros del universo cultural viven de las subvenciones y se alimentan de egolatría. Más subvenciones que el Partido Popular (los complejos ideológicos llevaron al centro reformismo a caer en el viejo aforismo español: quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro) no creo que pueda darle Zapatero, pero sí puede darles más canales para su egolatría, tanto públicos como privados, por tierra, mar y aire, esto es, por prensa, radio, televisión y cine. En su humildad, la farándula está feliz.

Otros que están felices son los funcionarios, especialmente los funcionarios más sectarios, que son los de la escuela y el instituto públicos. Si el PP hubiese aprovechado su mayoría absoluta para olvidarse de los conciertos e implantar el cheque escolar, muchos colegios religiosos no estarían temblando ante lo que se les viene encima. Mejor: muchos padres de alumnos no estarían temblando. Todo sea por la humildad.

Pero es Janli quien señala el camino a Zapatero I "el 
Humilde". En su babosillo artículo del lunes 15, y tras saldar cuentas con Aznar (un tipo tan ensoberbecido que no obedecía a Janli), Cebrián, el aparato pensante de Polanco, el académico de la Real, vuelve por sus fueros. En primer lugar, en un ejercicio de humildad carmelita, Janli nos ha informado que, a pesar de la "hosquedad" de Aznar (¡y de su astucia para retirarse a tiempo!), la elegancia de Rajoy ante la derrota permite contar con "una oposición conservadora digna del apellido democrático".

Aunque Mariano Rajoy es un ingrato, y aún no ha agradecido a Janli que le haya mantenido dentro de los demócratas, es justo reconocer que El País vuelve con Zapatero I "el Humilde" donde solía: a repartir certificados de democracia, que es lo que lleva haciendo desde su nacimiento como diario.

¿Qué es un demócrata?, estudiarán los niños en las escuela. Y responderán a coro: aquel a quien El País considere como tal.

Pero sigamos en esta cura de humildad colectiva. Janli, nos anuncia que con Zapatero se restablecerá "el entendimiento de la educación, la ciencia y la cultura que rescaten los valores laicos, propios de la democracia". ¡Toma del frasco, Carrasco!

A mí lo de valores laicos me recuerda otra gloria de El País: aquellos de los "padres laicos", seguramente para distinguirlo de los "padres curas", que, sin duda, haberlos haylos. Pero creo que lo que quiere 'significar' el humilde Janli es que los cristianos, o aquellos que estén convencidos de algo, de lo que sea, no pueden ser demócratas. Nadie sabe todavía qué son los valores laicos, salvo que el asunto se concrete en expulsar y recluir a  los creyentes dentro de los muros de su propia conciencia, sin permiso para hablar o actuar en público... y, naturalmente, con la obligación de pagar impuestos al erario público, pero no participar en modo alguno de ese erario público. O sea, progresismo humilde, no sé si me entienden.

Será genial. Ahora, con Zapatero, seremos todos más humildes. Y, si lo conseguimos, El País nos dará un carné de demócrata: ¡Qué ilu!

Eulogio López