El derribo de las Fuerzas Armadas españolas comenzó con Felipe González, y dio un paso de gigante con el ejército profesional de José María Aznar. Para Zapatero, el Ejército es una mezcla de milicias populares y ONG. España debe ser el único Estado del mundo cuyo presidente siente animadversión por el país que gobierna. ¿Por qué no pueden hablar de política, jueces, militares o funcionarios? Parece un síntoma de fragilidad democrática. Aún más grave que los atentados contra la unidad de España, es que un Gobierno democrático  intente destrozar uno de los pilares del Estado de Derech la libertad de expresión 

La máxima autoridad del Ejército de Tierra (con mando en tropa), teniente general José Mena Aguado, fue destituido por el Gobierno Zapatero, por las declaraciones realizadas el pasado día de Reyes, festividad de la Pascua Militar. No sólo ha sido cesado en su cargo, sino que ha sido condenado a un arresto domiciliario de 8 días. Su futuro como militar es hoy nada y menos que nada.

Para nuestros lectores hispanoamericanos, hay que aclarar no tienen por qué saberlo-, que el teniente general Mena Aguado era el máximo cargo del Ejército de Tierra, digamos no político. En otras palabras, por encima de él, en la jerarquía militar española, sólo están los cuatro generales que componen la Junta de Estado Mayor, con Félix Sanz Roldán a la cabeza. Por cierto, lo más comentado entre la milicia es lo que el democristiano y nacionalista catalán Durán Lleida califica como una medida inteligente: que haya sido el propio Félix Sanz, quien solicitara al ministro de Defensa, el socialista José Bono, el cese de Mena. Ha sido otra obra maestra de ese genio de la demagogia que es el ministro Bono, a quien ese buen periodista llamado José García Abad, y que no oculta su querencia socialista, definió como nadie: un bono convertible. Y así, el ministro más popular exigió al propio Félix Sanz que le pidiera el cese de su segundo, y el convertible no hará otra cosa que elevar la súplica al Consejo de Ministros para atender su razonable petición. Una canallada, sí, pero, reconozcámoslo, una canallada inteligente. En cualquier caso, el cese y arresto de una autoridad militar tan elevada no tiene precedentes en toda la historia democrática española. Por decir algo, puestos a dar un golpe de Estado, quien tendría más facilidad para hacerlo, no serían los componentes del Estado Mayor sino, precisamente, Mena Aguado.

El carrerón de Sanz Roldán comienza a ser digno de comentario. Ya fue el instrumento para el cese de Luis Alejandre Sintes, responsable del Ejército hasta la primavera de 2004. El general Alejandre fue cesado al poco de subir el PSOE al poder, porque no era del agrado del nuevo Gobierno, y para que Bono pudiera demostrar su control sobre la milicia. Y es que lo que estamos viviendo no es otra cosa que la última depuración del Ejército español. Una depuración en un Ejército que, además, ha dejado de existir de eso se encargó Aznar, lo que supongo es el colmo de la crueldad, una especie de ensañamiento con los muertos.

Empezando por el final: Felipe González se cargó la inteligencia militar al ponerla al servicio del PSOE; José María Aznar destrozó las Fuerzas Armadas españolas con su formidable estupidez del Ejército profesional y Zapatero simplemente depura a los altos cargos para crear un Ejército, no ya de tinte socialista, sino sencillamente sumiso a la Moncloa, sea cual sea su ideología y su pensamiento político. El único modelo de Ejército que Zapatero contempla es una mezcla entre las milicias populares de la II República y una ONG pagada con dinero público.

Dicho de otra forma, Aznar destrozó la idea que la mayoría de los españoles tenían del servicio militar obligatorio que, independientemente de las bromas al uso sobre quintos y quintas, consistía en la convicción de que la defensa de España era tarea de todos. Esa idea desapareció de la sociedad española gracias al conservador Aznar, y con ella también se esfumó la idea matriz de donde partía, un principio más genérico y mucho más trascendental: la convicción personal de la mayoría de los españoles de la anterior generación de que estaban obligados a devolver a la sociedad algo de lo que la sociedad les había dado. Uno de los formatos de esa correspondencia individual a la sociedad, consistía en cumplir el servicio militar y colaborar en la defensa del país. Y para los pacifistas, una gente de lo más respetable, estaba el Servicio Social Sustitutorio.

Metió la pata Aznar hasta las corvas, y Zapatero, de la mano del inefable Bono, se dispone a cumplir la tercera fase de la depuración militar. Una actitud muy lógica en el leonés, dentro de su consabida tendencia totalitaria y de su curioso odio a todo lo que suene a español o a lo que él entiende por España. Es curioso : España debe de ser el único Estado del mundo con un presidente que mira con animadversión al país que gobierna. Pues bien, la aportación de Zapatero a este derrumbamiento del Ejército español es la depuración de la milicia hasta conseguir que unas Fuerzas Armadas cuyo golpismo se cerró afortunadamente- en 1981, y que durante las dos últimas décadas han perdido el coraje cívico de hablar en voz alta lo cual no es nada afortunado, sino una considerable desgracia- sean reiteradamente humilladas. Y no olviden que una de las pruebas evidente de la degeneración de una sociedad consiste en el miedo a hablar y en la confusión entre libertad de expresión y rebelión contra el orden establecido. Porque, a partir de esa confusión, cabe el riesgo de confundir libertad con rebelión y rebelión con delito.

¿Por qué no pueden hablar de política jueces, militares o funcionarios? Además de que, afortunadamente, ya lo hacen no hay sino escuchar a la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, traductora jurídica de todas las tesis políticas del PSOE- el negarle a alguien su libertad de expresión es un síntoma de fragilidad democrática.

Volvamos ahora al caso concreto que nos ocupa. Porque, a todo esto, ¿qué ha dicho exactamente Mena Aguado en su ya famoso discurso de Sevilla? También a los periodistas los hechos nos llegan por los medios, y corremos el riesgo de hacernos una idea equivocada, "mediatizada", de la realidad. La primera impresión suele ser la más duradera. Quiero decir que en un primer momento, y al escuchar radios y televisiones, yo también pensé que Mena se había extralimitado. No veo mal, en aras de la precitada libertad de expresión, que un alto cargo militar exprese unas ideas, mucho menos si lo hace invocando la Constitución y si, por si fuera poco, especifica con puntos concretos el peligro que para las Fuerzas Armadas y para otros muchos colectivos, habría que añadir- supone el nuevo Estatut catalán. En concreto, como pueden leer a continuación, Mena habló del concepto de nación, de la lengua y de la administración de justicia, precisamente los tres elementos que más preocupan a- españoles de izquierdas y de derechas, mucho más que la financiación compartida. Además, no estamos ante el discurso de un general franquista, de un Tejero o un Milans del Bosch: estamos ante el discurso de un hombre que invoca la Constitución y la cita con acierto y respeto.

Sin embargo, confieso que mi primera reacción era que el cese parecía justo. Me equivoqué. Los medios me trasmitieron una imagen doble: el general Mena habría mencionado los puntos del Estatuto que más preocupan a los militares y al mismo tiempo poco menos que habría amenazado con una intervención militar. Si lo segundo fuera cierto, el cese estaría más que justificado, dado que Mena es muy libre de expresar en voz alta su preocupación por las consecuencias del Estatut, pero si el Ejército debe intervenir no es algo que le competa a él decidir, sino al Gobierno elegido por el pueblo. Pero hay un problema: Mena no ha dicho eso ni nada que se le parezca a eso. Su alusión al juramento de honor de los militares viene precedido por la convicción de que ni la soberanía ni la unidad de España están en peligro y que esta situación no va a cambiar, porque lo impide el artículo octavo de la Constitución. Casi podríamos decir que el teniente general Mena no sólo tenía el derecho a decir lo que dijo, sino el deber.

Por cierto, un discurso que parece calcado del de Mena fue pronunciado por su superior, Félix Sanz, el mismo que ahora pide su cese, el 4 de octubre de 2005, ya con el proyecto estatutario del Tripartito en marcha. Sanz incluso llegó más allá que hoy Mena, con un lenguaje mucho más patriota patriotero, si lo desean- y que pudiera haber sido firmado por el mismísimo Franco. El general Sanz dijo que la unidad de España es una preocupación, como es lógico, para los militares, quienes tienen un gran interés para que esta España, que tanta gloria e historia ha acumulado,  siga siendo patria común e indivisible de todos los españoles.

Pero es igual. Los medios informativos han actuado a lo Julio César, quien siempre corría presuroso en socorro del vencedor. El nacionalista Josu Jon Imaz habló de golpismo, al igual que los nacionalistas catalanes. El socialista Diego López Garrido estuvo muy en su papel: el de matón. Cuando el PSOE necesita hilar fino, es Rubalcaba quien convoca a los medios; cuando se trata de echar sal gorda, entonces es el turno del ex comunista López Garrido, heredero de la Partida de la Porra, el que con su sola presencia impone pavor. El Partido Popular también estuvo en su papel: Piqué jugó su papel de termita y los chicos de Rajoy, entre ellos otra alma laica, el ínclito Gabriel Elorriaga, dijo que ni sí ni no, pero lo más seguro es que quién sabe. Es decir, lo propio del centro-reformism rectificar los aciertos, ratificar los errores y no mojarse ni en la ducha. aznarismo o marianismo en estado puro.

En resumen, el general Mena no merecía ser cesado. Y lo digo yo, que, como me reprochan muchos de mis lectores: no ser el primero de los patriotas, porque antes de postular la unidad de España quiero saber de qué España estamos hablando. Pero sí hay que decir que estamos ante una operación del Gobierno socialista para reducir la libertad de expresión en España. El mismo Zapatero que prepara el mayor atentado contra la libertad de prensa de toda la etapa democrática, con el futuro Consejo Estatal de Medios Audiovisuales (CEMA), cesa ahora a un militar porque los militares no pueden hablar de cuestiones políticas. Es decir, no pueden hablar de nada. Ni los militares, ni los jueces, ni los periodistas, ni las asociaciones. A éstos se les prohíbe, a ésos se les amenaza, a aquéllos se les margina, a otros se les recluye y a los más se les ridiculiza. En verdad que el hombre del talante y el diálogo se está convirtiendo en un verdadero liberticida.
 
Eulogio López