Por el momento, todo parecen elogios, pero no se engañen: cuando aún no se ha enfriado el cadáver de Juan Pablo II, los cuervos ya empiezan a graznar. Y los peores, son los de dentro. Lo de siempre: Cuerpo a tierra que vienen los nuestros.

Los nuestros son los que quieren convertir a la Iglesia en un apéndice de la derecha política o del sistema capitalista y su puñetera globalización,  de la que Juan Pablo II exigía la correspondiente reforma. Así, en una emisora católica, en un programa muy católico, en la tarde del viernes, se podía oír al muy católico Jaime Mayor Oreja, del Partido Popular, recordar cómo se entrevistó con Juan Pablo II quien le manifestó que, a pesar de su insistencia en que la Constitución europea recogiera las raíces cristianas del Continente, el Pontífice le animó a seguir adelante con el proceso, en otras palabras: apoyó el sí a la Constitución. Bien, si Jaime Mayor Oreja es el prototipo de político cristiano, y considerando que no pienso darme de baja del Cristianismo me lo tendré que dar de la política. ¿Sabe una cosa, Don Jaime? En primer lugar estoy seguro de que miente usted. Pero, en segundo lugar, utilizar la figura del Pontífice moribundo, que no podrá negar sus palabras, me parece repugnante, aunque las hubiera pronunciado.

Y el secretario general del Partido Popular, Angel  Acebes, se personó ayer en la madrileña Plaza Colón, el último lugar visitado por Juan Pablo II en España, donde se congregaban fieles para rezar y, cantar, e incluso  llorar. El mismo Acebes que, como ministro del Interior, lanzó a la policía contra los pacíficos manifestantes que se reunían ante el mayor abortódromo existente en España, la llamada clínica Dator. Coherencia, que le dicen.

Son muchos los que pretenden, en todo el mundo, utilizar a la Iglesia como instrumento, ya sea para causas nobles o estúpidas, que eso es lo de menos: ambos caminos resultan nefastos porque la Iglesia nunca puede ser medio. En España se pretende utilizar a la Iglesia para que el Partido Popular regrese al poder. Precisamente el PP, que inventó el centro-reformismo, probablemente el elemento de confusión noticiosa más grande entre los católicos españoles durante la última década.  

Luego están los teólogos, algunos clérigos maliciosos que hablan de un  viraje tras la muerte de Juan Pablo II, a quien sin duda aprecian  por su ejemplo en sus compromisos con los derechos humanos pero que era muy conservador en lo social (social no significa aquí justicia social, naturalmente, sino aborto y homosexualidad), y claro, eso hay que cambiar para que la Iglesia pueda adaptarse a los tiempos. Frase, por otra parte, muy sincera: en efecto, estos fidelísimo hijos de Roma (he dicho de Roma) consideran que, en efecto, la Iglesia debe ser la que se adapte a los tiempos y no los tiempos a la Iglesia. No son pocos los clérigos progres, algunos encumbrados altos cargos eclesiástico, al menos en España, que se sitúan en esta línea. Estaban esperando la muerte de Juan Pablo II para actualizar la doctrina, limar aristas. Es decir, reducir la exigencia de la doctrina, tanto en la llamada teología del cuerpo como en la teología social, los dos piezas fuertes de la doctrina juanpaulina. En definitiva, para reducir el amor.

Hasta ahí los nuestros, luego están los otros, convertidos en corderos por 24 horas. PERSONALIDADES INTERNACIONALES DE TODAS LAS CREENCIAS TRANSMITEN SUS CONDOLENCIAS A LA SANTA SEDE afirma compungida la WEB De la Moncloa. El presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, está tan   afectado que hasta ha tenido el detalle de suspender un mitin en la campaña electoral para las elecciones en Euskadi. Emocionante. Y la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, acude a la Nunciatura en Madrid para expresar el pésame (o quizás para asegurarse de que Juan Pablo II ha muerto realmente). Para que vean ustedes lo duro que es ser nuncio vaticano.

No, no es crueldad ni desconfianza sobre la sinceridad de los sentimientos de ambos mandatarios. Es más, no tengo ninguna desconfianza, sino la completa seguridad de que, independientemente del buen gusto de condolerse por lo que se conduele casi toda la humanidad, y de las motivaciones espurias (el Gobierno perdería votos si se le ocurriera atacar a Juan Pablo II en estos momentos) no son compatibles los elogios al Pontífice fallecido con el divorcio express, los desprecios gubernamentales a cualquier manifestación cristiana, la blasfemia continuada en medios públicos, las amenazas a la Iglesia con asfixiarla económicamente, la devaluación de la clase de religión, el aplauso al aborto, el matrimonio gay, la promoción de la píldora del día después, la amenaza de la eutanasia, etc. No resulta injusta desconfiar de tamaña contradicción, de tan feroz incoherencia.

Pero los nuestros y los otros han mantenido el respetuoso respeto, más bien temor, que siempre impone la muerte. Por contra, hay un tercer grupo que no, que no ha sido capaz de respetar el luto. Hans Küng, los Miret Magdalena, los Pedro Miguel Lamet. Para este mariachi, el tiempo de Juan Pablo II se hacía demasiado largo. Esos son los teólogos (ya saben: ¿en qué se diferencia un teólogo de un buitre? En que el buitre es un pajarito de cuello largo, pico curvo y muy simpático), los que han renunciado a ser papas porque no quieren perder su inhabilidad.

Para los que ya nos definimos como juanpaulinos, herederos, supongo que deficientes, del hombre que gritó hace ahora 26 años No tengáis miedo, y bajo ese signo hemos vivido, los tres grupos resultan poco atrayentes, pero yo considero que al tercero como el más peligroso de todos. Especialmente ahora, cuando nos enfrentamos a la sucesión de Juan Pablo II. A fin de cuentas, ¿qué podrá decir el nuevo Papa que no haya dicho el ahora fallecido? Difícil lo tiene, en verdad.

Eulogio López