Buenos días. El euro le ha sentado fatal a España: se han homologado los precios con la Europa rica pero no así los salarios.

Hemos cedido soberanía monetaria y, encima, ya no podemos devaluar la peseta para corregir nuestro habitual problema de déficit exterior. En resumen, cobramos menos que los europeos, pagamos precios similares a los europeos y seguimos creando puestos de trabajo en Europa, en aquellos países que nos venden sus productos.

¿Todo ello a cambio de qué? A cambio de la supuesta solidaridad para tiempos difíciles. ¿Qué se entiende por tiempos difíciles? Pues se entiende que el eje París-Berlín pueda obligarnos a los límites de déficit y deuda que les venga en gana, especialmente a los países con menos peso político, límites que se cuidan mucho de no imponerse a sí mismos. Recordemos que cuando Francia incumplió el 3% de déficit, cinco años atrás, nadie se atrevió a exigirle nada.

Y ya se ve qué tipo de solidaridad se gasta la canciller alemana Ángela Merkel, en el caso de Grecia. Los alemanes amenazan con expulsar a un país del euro. Si yo fuera griego estaría soñando con los viejos tiempos del dracma, como algunos españoles soñamos con los viejos precios de la peseta.

Por contra, a Alemania el euro le ha venido de perlas: los germanos colocan en España 31.000 millones de euros, mientras que España sólo exporta 13.000 millones a los germanos. Así da gusto.

A ver si nos entendemos: o el euro sirve para nivelar rentas o mejor volver a la situación anterior. Un plan de nivelación salarial puede ser un objetivo paneuropeo de política económica tan lógico como la nivelación de déficit fiscal o deuda pública. Tan lógicoy mucho más justo. No olvidemos que el salario medio español es menos de la mitad que el del alemán.

Y es que servidor se siente europeo pero no está dispuesto a ser un papanatas europeísta. Un papanatas europeísta es aquel que cree, con una fe que no exige la Santa Madre Iglesia, que todo lo que viene de Bruselas, es decir, de Berlín y París, es bueno aunque le fastidie. Bueno y muy progresista. Alemanes y franceses no piensan así y, cuando no les gusta lo que propone Bruselas, simplemente le obligan a cambiar sus directrices. El problema es que los españoles, o los griegos, somos miembros de segunda en el club bruselino.

La Unión Europea nació para que los países miembros no se mataran en guerras, no para que dos primeros ministros impusieran su ideología y su política a 27 países y a 500 millones de personas y, de paso, les utilicen para colocar los productos que fabrican sus empresas protegidas, sea por su carácter estatal -Francia- o porque funcionan en régimen de oligopolio público-privado, como ocurre con las alemanas.

Dicho de otra forma, la UE nació para aumentar la libertad de los europeos, no para reducirla. Por ahora Eurolandia sólo ha servido para pagar más por el mismo producto y para pagar más impuestos. El balance resulta estremecedor.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com