En ocasiones, el problema no es que la gente prescinda del juicio de la Iglesia: lo que ocurre es que la Jerarquía a veces no habla claro. Decíamos ayer que en Canadá, Filipinas, Estados Unidos, los obispos se han vuelto exhibicionistas: participan en manifestaciones pro vida, prohíben dar la comunión a políticos que voten a favor del matrimonio gay o del aborto, plantan cara en la prensa y predican desobediencia cuando el salvaje de Arnold Schwarzenegger, gobernador de California (¡pobre California!), aconseja que se deje morir de sed a los inmigrantes ilegales llegados de México.

Pues bien, en Italia está ocurriendo algo similar. Confieso que en un primer momento no entendía la actitud del presidente de la Conferencia Episcopal italiana, monseñor Camillo Ruini. Quiero decir: el quincuagésimo sexto referéndum convocado en Italia desde el final de la II Guerra Mundial (¿Por qué no se convocaran en España otras tantas consultas?), promovido por la izquierda radical, pretendía que se pudiera investigar con células madre embrionarias, es decir, que se pudieran destrozar embriones humanos, tal y como ya se hace en Reino Unido o España. Embriones en su mayor parte sobrantes de la fecundación in vitro. Los partidarios del sí pretendían el matadero, los del no, que la ley quedara como está. Ahora bien, el obispo Ruini optó por la abstención, porque en Italia si no vota el 50% un referéndum, no tiene valor alguno. Y ha ganado. En dos días apenas votó un 25% del electorado. Y porque es una manera de expresar lo siguiente: No sólo no quiero que se destrocen embriones, tampoco me gusta la fecundación asistida, que puede ocasionar pérdida de seres humanos; no me gusta ni lo que se pretende ni lo que tenemos. Ergo me abstengo.

Digo que no entendía la actitud de Ruini porque uno piensa linealmente: es decir, pensaba en el no, con n mayúscula. A fin de cuentas, la fecundación in vitro es el origen de todos los males en materia de manipulación genética.

En Italia no puede haber embriones sobrantes, al igual que en Alemania. Entre otras cosas, porque un embrión humano nunca puede ser sobrante. Se insertan en la mujer aquellos embriones que pueden dar lugar a una nueva vida. De esta forma, se evita trocear embriones crioconservados y se cierra el paso hacia la clonación.

Pero hay algo más. Algo que cae por su propia lógica, pero que se pone de manifiesto gracias al fracaso de la consulta. Si el embrión, tal y como dice la norma que la izquierda radical trataba de cambiar, es un inviolable, ¿no debería serlo también el feto, que es el mismo embrión desarrollado, aún más parecido a un ser humano? En definitiva, ¿Cómo puede el Estado proteger el embrión y cargarse el embrión desarrollado? La solución española es muy simple: nos cargamos a ambos y en paz: embriones, abortos y, dentro de poco, niños recién nacidos, porque ya se sabe que no tienen personalidad jurídica hasta que estén inscritos en el Registro Civil.

Ahora entiendo a Ruini. Es una cuestión de sentido común, y una lección para que la Iglesia se entrometa en política, que no en partidos políticos, cuando lo exige el bien moral. En ocasiones, la prudencia aconseja el silencio; en el mundo actual, la prudencia aconseja no callar ni debajo le agua.

Eulogio López