Titánico esfuerzo el de los medios informativos por silenciar la conversión al cristianismo de la senadora socialista Mercedes Aroz, proveniente del rojerío más radical pasando por el progre-pesoísmo. Decía otros conversos, el cardenal John H. Newman, padre del Movimiento de Oxford, esto es, el pensamiento católico más lúcido de toda la edad moderna, que cuando se pasó a la Iglesia de Roma se sintió especialmente solo, poco arropado por la nueva grey a la que se incorporaba. Lo mismo cuentan los musulmanes conversos, perseguidos por sus antiguos correligionarios y desamparados por sus nuevos hermanos en la Fe, amenazados por los antiguos y objeto de sospecha por los nuevos. Ya saben ustedes que, desde el desagradable incidente de la manzana, la condición humana ha cambiado muy poquito.

Lo mejor de Mercedes Aroz no es su dimisión como senadora sino el momento elegido y la razón aducida. El momento meses antes de las elecciones, con el mordisco que eso el puede suponer para su pensión: si hubiera sido lista se hubieran marchado con la legislatura, sin hacer ruido.

Lo segundo bueno, o mejor, es precisamente eso: el porqué. Aroz ha sentido la necesidad de expresar su arrepentimiento y de explicar sus razones. Y ha pronunciado la palabra mágica: coherencia. Miren por dónde, doña Mercedes no es como José Bono - no se cómo se me ha podido ocurrir ese nombre- para el que todo es conciliable, dado que, según él, la incompatibilidad no se da entre las ideas, no señor, sino en el centro del ser humano, y él es todo un experto en Macedonia. Aroz tampoco es como la vicepresidenta del Gobierno, doña Teresa Fernández de la Vega, para quien todas las culturas, religiones, credos, filosofías y cosmovisiones son iguales, "lo único que importan es que respeten a las demás". Con ello quiere decir, que, en efecto, todas las culturas son iguales, igual de estúpidas, y puedes envolver la una con la otra sin el menor problema.

Aroz tampoco es como ZP, para quien la religión es un instrumento interesante para lograr la paz en el mundo, siempre que no comprometan el hombre, porque eso sería una traición al partido y a su propia persona. Comprometerse con Cristo sería renunciar a, por ejemplo, la Alianza de Civilizaciones. Y claro, eso no puede ser.

Aroz es una talibana, que ha descubierto que el agua y el aceite no son como el café con leche: no combinan. En su fundamentalismo rabioso, ha llegado a la misma conclusión que Aristóteles -otro integrista- y considera que algo no puede ser y no ser a un mismo tiempo, o que una cosa no puede ser ella misma y su contrario, sin que algo estalle: no la cosa, sino la cabeza del que lo piensa. Aroz ha descubierto, en suma, que la modernidad es un manicomio y ha decidido huir en busca de los grandes espacios abiertos. Aroz ha descubierto que la incoherencia no es rebeldía: es locura y amargura máximas.

Se me olvidaba, también ha descubierto a Cristo -no me invento nada, ella misma lo ha dicho, aunque, pudorosa, no ha querido llegar más allá- y entonces ha descubierto las incompatibilidades entre la comodidad de su cargo y la alegría de su corazón, y ha optado por esta última. Animo a sus compañeros a seguir su ejemplo. A sus compañeros del PSOE y también a los del Partido Popular, capaces de hacer compatible, no ya el agua con el aceite, sino al Madrid con el Barça: son centro-reformistas. No como otros líderes, que esperan a que venza su mandato, para su conversión.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com