Las cenizas de Islandia demuestran que el hombre no es el culpable del calentamiento global y del efecto invernadero pero según el progresismo goriano es el que tiene que pagar el plato, en primer lugar, viviendo peor y, en segundo lugar, pues es el objetivo de Al Gore, de Bill Clinton y de toda la cultura de la muerte, reducir por la fuerza el número de personas invitadas al banquete de la vida. Especialmente, los hijos de los pobres, que no hacen otra cosa que pedir.

Como se sabe, los derechos reproductivos consisten en la prohibición de reproducirse, de la misma forma que el control de natalidad consiste en sexualidad sin autocontrol alguno, de la misma manera que el preservativo no se ha inventado para evitar el sida, sino para evitar al niño, de la misma forma que la utilización de embriones como cobayas de laboratorio no sirve para curar enfermedades sino para que algunos científicos fracasados, incapaces de servir al hombre curando un resfriado se sientan dioses, dueños de la vida y la muerte.

En cualquier caso, una erupción volcánica puede crear un efecto invernadero mayor que la combustión de todos los coches del planeta durante un año. Y además, de repente, con lo que muchas compañías aéreas, por ejemplo, pueden irse a la quiebra.

El engaño de Al Gore ha quedado al descubierto. Pero Al Gore y los goristas no se darán por enterados. Ni ahora ni nunca. Y no pedirán disculpas, antes bien, su soberbia les llevará -próximo verano, cuando apriete el calor en el hemisferio norte, a insistir en sus, no sólo falsas, sino peligrosas tesis apocalípticas, porque se trata de hacerle la vida imposible a la mayor parte de la humanidad, especialmente a los más pobres. Los pobres no están fastidiados por el calentamiento global, sino por la medida que les imponen los ricos, los ricos progresistas, naturalmente, los del Nuevo Orden Mundial, los de la planificación familiar y la especulación financiera, contra el calentamiento global. Que no es exactamente lo mismo. En cualquier caso lo del volcán impronunciable, Eyjafjallajökull, proporciona una estupenda imagen de la fragilidad del mundo moderno: nadie previó un desastre que ha paralizado el transporte en Europa hasta Barcelona, ciudad ubicada a 8 horas de Reikiavik, nadie sabe cómo luchar contra la ceniza volcánica, nadie sabe cuándo se detendrá la erupción y eso contando con que otro volcán cercano no se sume a la fiesta. Todos los planes políticos y económicos han quedado en entredicho. Como para meterse a profeta.  

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com