Recuerdo el gran escándalo que se armó con Carlos Dívar, presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo. Se le llamó de todo: ladrón, sibarita con cargo al presupuesto, comilonas en Málaga, fariseo, trincón que viajaba a hoteles de lujo por razones personales, etc, etc.

El ínclito y muy progresista juez, José Manuel Gómez Benítez, íntimo, por pura casualidad, del ecuánime Baltasar Garzón, estuvo analizando sus cuentas durante meses y al final consiguió encontrar gastos sin justificar. Cuando tuvo la mierda empaquetada, soltó la bomba.

Fue una verdadera cacería. La izquierda progre (PSOE e IU) se ensañó a gusto con el magistrado, mientras la derecha progre y cobardona, es decir, el Partido Popular, dejaba caer al susodicho, no fuera a contaminarse. 

En el mundo periodístico sólo Hispanidad defendió a Dívar, y sólo Hispanidad denunció que la razón de fondo de esta cacería humana no era otra que uno de los mandamientos del Nuevo Orden Mundial (NOM): No dejes que ningún católico coherente con sus principios (si no es coherente, lo que haga falta) se siente en puestos de responsabilidad o influencia. Dívar, lo que sobrepasa las fronteras de la provocación admisible, era, además, católico de misa diaria. Dos por el precio de uno: además de machacar a Dívar podríamos machacar a la Iglesia, esa infamia hipocritona que bebe agua bendita y luego roba del Presupuesto público, ¡oh, sí!

Incuso fervientes cristianos escribieron a Hispanidad rasgándose las vestiduras por el hecho de que defendiéramos a quien había cometido tan atroces crímenes, que nada tenían que ver con su fe.

Sus propios compañeros se revolvieron contra él. Sus colegas, miembros marionetas del CGPJ controlados por el PSOE o los nacionalistas, se lanzaron a por él con Gabriela Bravo, portavoz del CGPJ, quien aparcaba su escoba a las puertas de cada plató de televisión en cuanto era convocada. Es más, fue doña Gabriela quien instauró el democrático principio de que si ha dimitido algo habría hecho. (¡Es genial!)

El masón de Pascual Sala, presidente del Tribunal Constitucional, y el propio denunciante Gómez Benítez, fueron acusados de malversación de fondos, pero, es igual: el viento soplaba a su favor y nadie se atrevió a perseverar en la acusación.

Total, Dívar dimitió y se marchó a su casa. Bueno pues ahora llega el Tribunal de cuentas, un organismo eficiente pero tardón, y dice que sólo ha encontrado 3.000 euros de gastos sin justificar en el hacer de Carlos Dívar. 3.000 euros a lo largo de años en la máxima representación institucional de la justicia española. ¡Bárcenas debe estar confundido!

Y ahora, ¿Quién restituye el honor perdido, y los cargos perdidos, de Carlos Dívar

Por cierto, cuando dejó caer a Dívar, el PP entró en barrena en el segmento judicial y ahora la labor de Gallardón anda entre las ruinas. Se lo tienen bien merecido. Rajoy debería saber que la sangre del inocente clama justicia de forma permanente.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com