No sabemos si los rebeldes libios, tan alabados por la prensa occidental y tan apoyados por las bombas de los bombarderos de la OTAN son fundamentalistas islámicos, pero por su comportamiento lo parecen.

Pero ahora parece que la rebelión se extiende a Argelia, poderoso productor de gas y petróleo en el mundo.

Argel ha acogido a la familia de Gadafi, un claro reto a su vecino del Este y se encuentra enfrentado a sus vecinos del oeste, los marroquíes, desde la independencia del Sáhara español. Argelia, por último, alberga en su interior todo el desarrollo integrista del Frente Islámico de Salvación (FIS) ganador de unas elecciones y destronado por un golpe militar antes de que tomara el poder.

El inmenso país magrebí es otro de los que mantiene cierta, sólo cierta, libertad religiosa para la minoría cristiana y, encima, cuenta con un presidente provecto y con no muy buena salud, que acaba de hacer una arriesgada pugna en el seno de la Administración, la que descabalgó al poderoso ministro de Energía, Chakib Jalil, por cierto, enemigo declarado de España.

Parece como si las distintas piezas del rompecabezas islámico tratable fueran cayendo mientras los fundamentalistas, no sólo se mantienen en pié sino que continúan su ascenso.

En el entretanto, Occidente, que es quien posibilita los cambios, sonría, bobalicón, sin exigir a los vencedores que respeten los derechos humanos, en especial al derecho a la libertad religiosa, pieza de toque en toda la zona.

Eulogio López

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