Algunos lo calificarán de oportunista y comercial, puesto que todavía sufrimos la crisis a la que nos han conducido, entre otros, los especuladores. Pero este drama financiero (secuela del estrenado en 1987) tiene a su favor que consigue atrapar la atención incluso de los profanos en la materia.

El tiburón Gordon Gekko sale de prisión tras ocho años y nadie le espera, ni tan siquiera su hija Winnie, que le culpa de la muerte de su hermano. Pero, años más tarde, sus caminos se cruzarán cuando su  prometido, un joven agente de patentes que trabaja en una respetable firma  de Wall Street, se siente fascinado por la arrolladora personalidad de su futuro suegro que ha vuelto a primera línea tras haber escrito un libro titulado: ¿Es buena la codicia? A pesar de las advertencias de su idealista novia, éste se involucrará con Gekko...

Wall Street: El dinero nunca duerme narra una historia de lucha de poder y de venganza, asuntos recurrentes en el cine del pasado en géneros como el western o el policíaco y que, trasladados a la actualidad, cuentan con un gran atractivo. De hecho plantea claramente que la especulación es inmoral pero no ilegal, y que uno de los mayores peligros de ese mundo puede provenir de rumores malintencionados que atentan directamente contra esa frágil burbuja. A esta trama eminentemente financiera (y que está narrada de forma comprensible, dinámica y muy norteamericana) Oliver Stone ha unido un familiar (como efecto desengrasante) que incide en la típica relación maestro-alumno. Todo ello se acepta sin vacilación gracias a un reparto muy bien elegido, que hace creíble cualquier situación, y que está encabezado por un impecable Michael Douglas, que da la talla necesaria a su personaje: un hombre frío y calculador.

Para: Los que les gustó la primera entrega de Wall Street. Para los que les gusten las tramas con fondo financiero